UNA de las consecuencias del procès de Cataluña es que está poniendo a cada uno en su sitio. Entre los casos más significativos, está el de Podemos, sus marcas, sus mareas y todo lo que montaron alrededor de este grupo tan participativo. A Podemos, el conflicto catalán lo está poniendo atacado de los nervios, y con sus vergüenzas al aire. Es lógico y natural, porque ha llegado la hora de la verdad, sin medias tintas ni mentiras. Entonces se ha visto que detrás no hay nada serio, sino un cuento que va modificando Pablo Iglesias según le interesa. Con el objetivo de seguir mandando en su partido. Pero afronta un grave problema: una tempestad que le puede llevar contra las rocas.

Suele hacer este querido líder lo contrario de lo que conviene a un Estado democrático. En vez de alinearse con los partidos constitucionales, se situó al margen. Algunos de los suyos han aceptado (y votado) la república bananera, irreconocida e irreconocible de los independentistas. Vale que esa no es la postura oficial, pero puede ocurrir cuando se juega a romper el sistema.

Como ha dicho Carolina Bescansa (que en otros tiempos iba al Congreso para amamantar a su bebé), el señor Iglesias no tiene un proyecto para España. Eso supone que un grupo con cinco millones de votos (como él mismo recuerda) le ha dado coba a cinco millones de votantes. Una habilidad, sin duda. Iglesias y sus fieles van de neutrales dialogantes para un referéndum independentista pactado. Los Anticapitalistas van con la CUP y aceptan la independencia unilateral (excepto Teresa Rodríguez y nuestro alcalde José María González, que siendo anticapitalistas no van con los anticapitalistas, sino con el jefe). Y en Cataluña, unos del grupo podemita votan contra la independencia, algunos se abstienen y otros se muestran a favor.

Como tiene una rebelión en la granja, a Pablo Iglesias no le ha quedado otra que aplicar el artículo 155 a su modo (a pesar de que lo critica tanto), y ha intervenido el partido en Cataluña, y va a convocar votaciones entre la militancia para ver qué hacen en las elecciones. Y al final dará igual porque se hará lo que le apetezca.

No tienen ideas, no tienen programa, no tienen proyecto, no saben qué hacer cuando se plantea un imprevisto. Eso es Podemos: un movimiento nacional que ya ha fracasado. Sin embargo, en Cádiz gobiernan y aplican el mismo método; o sea, ninguno coherente. No es una controversia ideológica, sino una incapacidad funesta, que paralizará a esta ciudad durante cuatro años.

José Joaquín León