CUANDO llega el Año Nuevo, se ponen de actualidad algunas costumbres. Por ejemplo, el primer recién nacido. Se diría que las señoras embarazadas, que se encuentran a puntito, se comen las uvas a lo loco, o ni siquiera se las comen, sino que están a ver si hay suerte, y el niño o la niña les nace con la tercera campanada, y sale en todas las televisiones, y se hace famoso de entrada, como si fuera influencer o youtuber. Se empieza así, y terminas como Kim Kardashian y su familia. Pero en Cádiz la tradición no pasa sólo por ser artista (aquí los hay a manojitos), sino por triunfar en el Carnaval. Por eso, cuanto antes empiece la fiesta, mucho mejor.

El concurso del COAC se debería inaugurar la noche de las campanadas. Sería un campanazo. TVE podría conectar con Cádiz, en vez de con Canarias, y así saldría Ramontxu con la capa de ‘Los vampiros tajarinas’ y Anne Igartiburu siempre de rojo (como debe ser, no va a salir de azul la gachí), por no hablar de Cristina Pedroche, que mayormente no tiene colores, sino que va natural, tal cual Eva, como si estuviera en el sambódromo de Río de Janeiro, en vez de la madrileña Puerta del Sol. Comenzar el concurso del COAC a continuación de las campanadas sería un puntazo, una idea que ofrezco, y nos ahorraría el tostón de los canarios, que pían con una hora de retraso y llaman comparsa a cualquier cosa.

Por eso, se entiende que en el primer día del año ya hubiera criaturas formando colas para conseguir entradas del Falla. ¿Entradas? ¿Qué entradas? Ni ellos mismos lo saben. El encanto de la cola es precisamente ese: que nunca se sabe lo que pasa. Puedes conseguir entradas para ver a la comparsa de Juan Carlos o a la chirigota del Vera Luque, o nada de eso, si es lo mismo, si lo bonito es ponerse sin saber qué te toca, o si hay alguna bronca, o si la Policía Local se da una vuelta para dispersar. El encanto de la cola es precisamente la cola, que algunos confunden con un modo de hacer el carajote; y otros con un modo de salir en la portada del Diario, sin haber protagonizado ningún suceso ni ser concejal.

La cola, precisamente, es la alegría del concejal. Una vez que empieza el Carnaval ya nadie se acuerda de ellos. Se pueden pelear a sus anchas, o pasar de todos, pues la afición estará distraída: entre la Copa del Rey con el Cádiz y las primeras actuaciones en el Gran Teatro Falla, nadie se queda triste, ni cantando el ¡Pobre de mí!, porque ya se ha terminado el Año del Tricentenario. “¿Ah, pero había empezado?”, preguntarán algunos despistados en la cola.

José Joaquín León