A partir de lo que ha sucedido en el Hospital de La Línea de la Concepción se ha empezado a ver en los telediarios a esta población como una sucursal de Chicago en los tiempos de Al Capone. Antes se la veía como la ciudad donde dormían los tropecientos mil trabajadores que cruzan todos los días la Verja para trabajar en Gibraltar. Sin embargo, ahora se le pone la banda sonora de El padrino. Preguntan a los asustados trabajadores del hospital de alto riesgo. Y, al darse la casual circunstancia de que el tal Sito Miñanco fue detenido en Algeciras, la gente ha empezado a preocuparse por lo que sucede en el llamado Campo de Gibraltar.

La zona está donde está, y eso ayuda. Como está donde está, pasa lo que pasa. Y entre que pasa o no cuela, se producen incidentes, que en ocasiones son demasiado vistosos. La entrada de los encapuchados en el hospital para rescatar al narco herido Samuel Crespo ha sido un episodio peliculero. Quedó en evidencia la dificultad de garantizar la seguridad absoluta, que no existe, y los malos lo saben. Pero, claro, los malos tienen varios niveles de maldad. En La Línea también ha quedado en ridículo el sistema operativo que allí se monta, que en este caso ha sido vilmente burlado.

La zona está donde está, ya se ha recordado. Y por allí no sólo pasan cargamentos de tabaco clandestino, partidas de hachís importado, y camellos con otros envíos dudosos. Por allí está la frontera con el Norte de África, que unos cruzan en pateras jugándose la vida y otros traspasan con métodos sofisticados. Y todo eso ocurre en un escenario donde la vigilancia se suponía ampliada en inteligencia, para prevenir.

La Línea no es como el viejo Chicago. No se puede culpabilizar a una población que tiene 63.146 vecinos y figura entre las más habitadas de la provincia. Pero tampoco se puede mirar hacia otro lado, porque entonces llegan los despistes. Se requiere máxima atención defensiva por lo que pueda pasar. Ahí es donde falla algo. No sólo en La Línea, sino en otros puntos cercanos por los que introducen mercancías peligrosas.

Quizá, sin querer, los encapuchados que asaltaron el hospital han cumplido una función social, porque han dejado en evidencia los agujeros del sistema. El ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido, y el delegado del Gobierno, Antonio Sanz, conocen la temática y se supone que tomarán nota. Está claro, después de lo ocurrido, que la prevención es insuficiente y necesita refuerzos. Sin alarmismos, pero sin confianzas que en algún momento puedan lamentar.

José Joaquín León