NO es una novedad de este año. Se viene protestando porque una parte estimable del público que acude al Gran Teatro Falla en Carnaval llega de fuera. La concejala de Fiestas, María Romay, lo ha fijado en un 60% de forasteros y un 40% de gaditanos auténticos. Algunas agrupaciones están quejosas, porque se fastidia el ambiente. Y lo mismo guardan un silencio sepulcral cuando canta una comparsa con derecho a ser ampliamente ovacionada, como que jalean a los suyos del pueblo donde viva la madre que los parió. Se habla de aprobar medidas correctoras. Pues los forasteros ganan a los gaditanos incluso en las acampadas de las taquillas. Y no se puede consentir que nuestro Carnaval de los gaditas sea para los forasteros.

Una solución para la carnavalofobia sería que las entradas para los que vivan más allá de Cortadura cuesten el doble. O que para los empadronados en Cádiz Norte y Cádiz Sur cuesten la mitad, como prefieran. También se podría premiar a los buenos aficionados, respondiendo en taquilla un sencillo cuestionario de cinco preguntas, del tipo: dónde nació Paco Alba, cuál fue la primera comparsa de Antoñito Martín, en qué año se retiró Joaquín Quiñones, por qué le decían el Tío de la Tiza al Tío de la Tiza, o cómo se llamaba la última chirigota de Fletilla. Y todo el que no acierte cuatro, como mínimo, no entra ni en las preliminares.

Pero poner precios especiales para gaditanos no es tan sencillo. Puede ser hasta inconstitucional. En tiempos del franquismo, en los partidos del Cádiz CF, había entradas para caballeros, señoras, niños y militares sin graduación. Las de caballeros eran las más caras. Con el tiempo, esa costumbre se perdió. Hoy no pueden vender entradas más baratas a las señoras, porque se vería discriminatorio. Igual que es muy justo que cobren lo mismo por el mismo trabajo, es muy justo que paguen lo mismo por el mismo espectáculo. La igualdad era eso.

Vender entradas más baratas a los gaditanos atentaría contra la igualdad de todos los españoles. Aunque hayan nacido en San Fernando o en Puerto Real, o en cualquier otro lugar del extranjero, también esas criaturas de Dios tienen derecho a entrar en el Falla. Y no olviden que Cádiz es una ciudad tolerante (eso dicen), en la que no caben la xenofobia, ni el racismo, ni nadie puede ser discriminado por su lugar de origen.

Por consiguiente, el problema sólo tiene una solución: que los gaditanos se coloquen antes en la cola; o que pongan una verja en los accesos a Cádiz. Siempre les quedaría Internet. A no ser que se estropee.

José Joaquín León