EN la posNavidad todos los años se habla del discurso del Rey. Aunque sea para advertir que lo han visto menos españoles que nunca. Tampoco son tan pocos, pues en Andalucía tuvo una cuota de pantalla del 68,1%. Y en toda España lo vieron 5.822.000, que es el promedio de un partido de octavos de la Champions League con el Madrid o el Barça. Si no ha batido el récord de la final del Mundial de Sudáfrica 2010, cuando España se proclamó campeona, se debe a que la gente se ha acostumbrado a la salsa rosa en televisión. Y también a que el Rey anterior, Don Juan Carlos, soltaba algo curioso de vez en cuando. A Don Felipe le escriben unos discursos muy políticamente correctos. Si dijera “Mariano es un carota, Pedro era un gafe, Pablo es un chufla y Albert es un pusilánime”, seguro que subiría la audiencia. Y se debatiría sobre esos conceptos, sobre todo pusilánime, que mucha buena gente no sabe lo que significa.

El Rey debe ser como los buenos árbitros, que no se note demasiado y que no enseñe muchas tarjetas. Recuerden lo que dijo sobre Cataluña, que ni la mencionó por su nombre, a pesar de que TV3 no retransmitió el discurso. Eso sí, al final se despidió en las cuatro lenguas oficiales de este país: español o castellano, vasco, catalán y gallego. Según el conocido intelectual Pablo Echenique (cuya rima fácil con bolchevique y a pique haría las delicias de los mejores ripios pregoneros) esta felicitación de la Navidad en catalán fue la mejor alusión a esa nación hermana, según la ven en Podemos. Echenique se quedó de guardia en Navidad, con la misión de poner a parir al Rey y a Errejón, los dos en el mismo paquete; como si Iñiguito fuera el jefe de la Casta Real, de tanto como se echa en los brazos de la casta.

El problema de Cataluña no depende de un discurso. Depende de que han perdido influencia en España y han optado por la desconexión. Incluso por la desconexión de la televisión. En los tiempos de Franco no estaba bien visto hablar en catalán, pero en Barcelona se asentó la gauche divine. Y la derecha catalana, aunque nunca tuvo ese glamour divino, se forró mejor que ninguna burguesía. Un tal Pujol incluso era banquero. Después, en la democracia, ya se sabe: los Juegos Olímpicos, y el mismo Pujol banquero poniendo presidentes españoles en la Moncloa, previo pago de su importe.

De ahí se pasó a Mas empurado, a Junqueras diciendo no sé qué, y a la CUP quemando cosas, incluso los puentes. Cataluña perdió su influencia en España y ahora es Cata-nada. ¿Discursos para qué?

José Joaquín León