EN estos momentos, el problema de España es Pedro Sánchez. Le exige a Maduro que convoque elecciones en Venezuela, mientras él es capaz de todo con tal de mantenerse en el poder. Ha llegado al límite de 48 horas de locura, para buscar su supervivencia en la Moncloa hasta 2020. No entiende que ha llegado el momento de que establezca la hora de España, que no es dejarla con el horario de invierno o el de verano, sino poner las cosas claras a quienes la quieren romper y a quienes se quieren pasar el Estado de Derecho por detrás, pidiendo sin rubor a un presidente del Gobierno que intervenga para cambiar la sentencia de un juicio histórico.

A Pedro Sánchez, aunque ahora lo fuercen a dar marcha atrás, no le importa asomarse al abismo de lo imposible, con tal de garantizarse unos meses más como presidente del Gobierno. Ha montado un contubernio sustentado en Podemos, Izquierda Unida, los independentistas catalanes, los proetarras y los nacionalistas vascos. El único argumento que utiliza es amenazar con que volverá la derecha, si no sigue él, y será peor. Les une el temor a PP, Ciudadanos y Vox, que hoy van a concentrarse con banderas de España y que reencarnan a la derecha rancia, según Pedro y su cuadrilla.

Ir o no ir a una manifestación. El problema no es ese, sino que a estas alturas nadie regala nada a Pedro. Su postura política es de extrema debilidad. Actúa como una marioneta, que depende de los hilos que mueven otros. Eso implica un coste, con un sobreprecio. En resumen: si quiere seguir, debería pasar por el aro.

Las concesiones ya han superado el límite de lo tolerable. En el caso del relator (o notario, como dice Elsa Artadi), ya se sabe que no sería un mediador internacional como los del África tropical, pero le daría un rango a la Generalitat que no tiene. Además de que no se entiende esa necesidad, excepto que ellos mismos se consideren tontos y necesiten a un listo para el relato.

Ha llegado la hora de España, que es de todos: de la derecha y de la izquierda. También de sus territorios, nacionalidades históricas, regiones, o lo que sea, entre las que se encuentran Cataluña, el País Vasco y Galicia, con sus lenguas propias, y otras como Andalucía, donde hablamos como nos parece oportuno. No es un conflicto de lenguas ni de acentos, sino de un Estado, que no se puede romper por un falseamiento de la historia, ni por la ineptitud de un jefe de Gobierno. Llegados a este punto, los socialistas deben elegir entre Pedro o España.

José Joaquín León