HOY será desvelado el voto oculto. Se le ha concedido gran importancia. Pero también puede ser importante el voto culto. Existe una tendencia generalizada a creer que el voto culto es el nuestro, el de quienes piensan como nosotros (cada cual según sus ideas), mientras que los demás serían incultos, o directamente tontos. También se presupone que el voto culto es el de centro, por aquello de la moderación y la reflexión. En tal caso, el voto culto se repartiría entre Ciudadanos, PP y PSOE, según se escoren más a diestra o a siniestra. Sin embargo, hay personas muy cultas (catedráticos universitarios, escritores de tronío, eruditos diversos, investigadores especializados, incluso Sánchez Dragó) que van a votar a Vox o a Podemos. Por lo que se puede concluir que el voto culto está repartido.

Al voto oculto, al que no se expresa en las encuestas, le atribuyen propiedades mágicas. Tantas como para romper pronósticos y darle la vuelta a las encuestas en las urnas. Se supone que Pedro Sánchez y Albert Rivera tienen pocos votos ocultos. Mientras que Pablo Casado y Santiago Abascal podrían tener más votantes ocultos, incluso Pablo Iglesias también, porque a algunas personas les daría vergüenza reconocer en público que los apoyan. Es un tópico que podría valer en Cataluña o el País Vasco, pero no tanto en el resto de España.

Puede existir alguna relación entre el voto más culto y los indecisos. Para una persona inteligente, puede ser complicado elegir entre lo que considera Guatemala o Guatepeor, entre la pasión o la razón, entre el voto ideológico (si eso le importa) o el voto lógico (que es lo que le conviene). En esta campaña hemos visto algo inusual: dos debates a cuatro, entre Sánchez, Casado, Rivera e Iglesias, realizados en dos días consecutivos, con audiencias de nueve millones de españoles. A unos niveles de expectación similares a la final de la última Copa del Rey, que disputaron el Barcelona y el Sevilla, con un resultado de 5-0. Es un éxito para los políticos que tantos espectadores hayan presenciado los debates.

En teoría, supone que el voto culto también existe. Sí, hay personas que se interesan, que documentan su opinión. ¿Y después qué hacen? Tampoco llegan al extremo de concentrarse el sábado de reflexión para discernir el voto definitivo. La mayoría de esos espectadores son como los hinchas: van con su partido y con su líder. Son raras las conversiones. Había dos Pablos, pero ninguno se cayó del caballo. Y no estaba Santiago en su versión matamoros.

El voto culto es influyente, en lo cualitativo, pero suma uno. Igual que todos.

José Joaquín León