A Pedro Sánchez y Pablo Iglesias les ha aparecido un problema con el que no contaban: el mundo rural. Este es un problema territorial, pero no como el de Cataluña (donde también hay mundo rural), sino que se contrapone a lo urbano. En estos días los agricultores se manifiestan, cortan carreteras, protestan y dan por saco, con más énfasis que en otros tiempos, porque están más cabreados. Con esa tendencia a simplificar el mundo que tienen los populistas, le echan la culpa de los precios a los hipermercados, que es una parte del capital. Después parece que Pedro Sánchez se arrepintió, quizá porque hasta él entendió que era una gran parida. Los precios que reciben los agricultores por sus productos están por debajo del coste, y en eso influyen los intermediarios y quienes se aprovechan en la cadena de distribución. Pero eso pasa hasta en los libros, que son como los melocotones, ya que los escritores producen y perciben el 10% (es decir, dos euros de un libro que cuesta 20 euros). Los precios son una parte del problema.

El mundo rural saltó a la actualidad con el mito de la España vacía, del que escribió Sergio del Molino, o vaciada como dicen ahora. Las protestas son propias de un país desarrollado que compite en un escenario global. Los costes de producción y salarios influyen. El mundo rural tenía sus esquemas y sus precios. No se compra lo mismo con los 950 euros de un salario mínimo en Madrid que en Obejo o en Lucainena de las Torres. Ni cuesta lo mismo comer o alquilar un piso en Madrid que en un pueblecito.

Peor que en España están en Francia. Los agricultores franceses tienen una altísima tasa de suicidios (un 22% por encima de la media). Es el fin de una forma de vida. Lo toca Michel Houellebecq en Serotonina. Se cuenta en una película, Au nom de la terre, que ha sido un éxito en Francia, dirigida por Édouard Bergeon, cuyo padre se suicidó ingiriendo pesticidas tras arruinarse, cuando él tenía 16 años. En Francia existe hasta un teléfono de la esperanza para agricultores. A los problemas financieros se suman, en los últimos años, la presión de los ecologistas radicales, que los critican por el uso de pesticidas químicos, y de los veganos extremistas, que criminalizan a los ganaderos.

El campo español no está todavía en un estado tan crítico como el francés, pero le falta poco. Junto con Cataluña, es el problema más importante que afrontará este Gobierno. Y, desde luego, no lo solucionará Pablo Iglesias con sus simplezas, dividiendo a las organizaciones agrarias en buenas (las suyas) y malas (las otras). Las protestas de agricultores reflejan el clamor de unos pueblos, que van de mal en peor.

José Joaquín León