ENTRE Cataluña y Andalucía ha existido una relación especial. Durante los años de la emigración en el franquismo, se decía que Cataluña era la novena provincia andaluza. En 1980, como se ha recordado, el PSA se presentó a las elecciones catalanas y obtuvo dos escaños. De ahí hemos pasado a la propuesta de Juanma Moreno para que los catalanes ricos vengan a Andalucía a invertir y se ahorren el impuesto del patrimonio. Esa oferta ha provocado críticas políticas en Cataluña, con acusaciones de populista al presidente Juanma. Dicen que fomentará el odio entre autonomías. Hasta ahora, el odio político de los catalanes se ha fijado en Madrid (y el odio de los madrileños se ha fijado en Cataluña), por lo que Andalucía irrumpe como una tercera en discordia.

Más allá de lo anecdótico, Cataluña sigue siendo un problema político. El próximo sábado, 1 de octubre, se cumplirán cinco años del referéndum ilegal de la independencia, que desembocó en las condenas y en la fuga de Puigdemont. Por razones familiares, he pasado la mitad del mes de junio y la mayor parte de julio en Barcelona, y me queda la impresión de que la realidad de Cataluña es incomprendida en el resto de España. Pero Cataluña tampoco es comprendida por los catalanes. Lo que han montado en Cataluña es incomprensible.

Se nota en las batallas por el idioma. A Feijóo, que es gallego y habla su lengua autóctona, lo han criticado en Madrid cuando ha propuesto un bilingüismo cordial para Cataluña. Es evidente que no se puede imponer sólo el catalán, excluyendo al castellano, en un territorio que es bilingüe, como se aprecia en las calles. Aunque tampoco lo contrario. Se debe partir de la realidad. Aprender catalán es fácil, no es como aprender chino mandarín, ni siquiera como aprender euskera. La infanta Leonor habla el catalán estupendamente, según dicen allí; igual que la reina Letizia el inglés. Por otra parte, todos los catalanes saben hablar y entienden el castellano. No hay un problema lingüístico, sino político.

Todos los problemas de Cataluña son políticos, y han sido creados por los políticos. En general, son problemas ficticios, que se podrían resolver más sencillamente si no hubiera políticos. Y no me refiero sólo a políticos catalanes, sino también a los de Madrid, que aprietan, porque a ellos les va bien cuando a Cataluña le va mal. Mucha gente vive de ese cuento, y prefieren que la vida siga igual. Que Andalucía entre en ese conflicto tiene difícil predicamento.

José Joaquín León