HOY es 18 de julio, una fecha de interés para la memoria histórica. Es oportuno recordar que el actual conflicto territorial de España tiene una parte de su origen en el franquismo. No solo porque les suprimieron los estatutos y marginaron las lenguas propias (pues eso afectó también a Galicia), sino porque Franco perseveró en una mala costumbre, que ha continuado hasta nuestros días: a los catalanes y a los vascos hay que comprarlos. El problema se controló concediendo inversiones en industrias e infraestructuras y beneficios. Los gallegos parecían más tranquilos. Además, Franco era gallego. Rajoy también, casualmente.

Desde el inicio de la sublevación en 1936, hasta la muerte del dictador el 20 de noviembre de 1975, transcurren menos de 40 años. Desde las primeras elecciones democráticas de 1977 al presente ya se han cumplido las cuatro décadas. Franco mantuvo contentas a las burguesías de Cataluña y el País Vasco con inversiones ventajosas, acompañadas de la mano de obra barata de los emigrantes andaluces y de otras regiones pobres. Territorios que aún siguen a la cola de España en empleo. Bilbao era una de las ciudades que acogía a Franco con más entusiasmo en sus visitas. No se puede decir lo mismo de Barcelona, más que nada porque todo el mundo sabía que el generalísimo era madridista. En Madrid también eran felices: tenían la capital de la gloria y todos los trenes pasaban por allí.

En la democracia, hubo un primer intento para diferenciar. Se trataba de crear nacionalidades de primera y autonomías de segunda. La apuesta de Manuel Clavero por el café para todos, y el espíritu reivindicativo del 28-F en Andalucía, evitaron esa tentación. En aquel tiempo, tras volver Tarradellas, en Cataluña se mantenía el seny, que aumentó con Pujol. Eran dialogantes, conciliadores, y pasaban la gorra siempre que había necesidad. En el País Vasco tenían la presión terrorista de ETA, y también a un PNV que evolucionó desde los pactos hacia las majaderías de Ibarretxe.

Ahora, el recorrido es el contrario. El PNV reviró hacia la moderación, con Urkullu. Y así ha conseguido un concierto estupendo, y que el País Vasco parezca un paraíso terrenal. Por el contrario, en Cataluña, con Artur Mas, Junqueras, Puigdemont y la CUP, han perdido los papeles. O sea, los billetes. Pedro Sánchez insiste en lo de siempre, cuando apuesta por aumentar las inversiones un 70% en Cataluña, como remedio para salvar los muebles de la independencia. Ya se sabe lo que ocurrirá en nuestro Estado plurinacional: en el resto de España pagaremos la fiesta.

José Joaquín León