LAS elecciones presidenciales de los EEUU se están viviendo aquí incluso con más atención que en Manhattan. Es como si todos fuéramos norteamericanos durante uno o dos días. En esta ocasión, la expectación está justificada. Los demócratas y los republicanos han rivalizado para elegir a los peores candidatos que tenían a mano. Hillary Clinton no es como Obama, por más que aquí la presenten como una dirigente muy preparada y una líder del feminismo mundial. Ni se podía escoger un candidato republicano más friki y chusco que Donald Trump, que para colmo provoca arqueadas en el resto del mundo. La cuestión consiste en elegir entre lo malo o lo peor.

Si gana Hillary Clinton no sucederá nada que conmueva los cimientos del mundo, al menos a corto plazo. Así que es mucho mejor que gane ella. El FBI ya le ha echado un cable, por si acaso. En EEUU, de vez en cuando, aparecen candidatos como Trump, con pinta repelente y psicopática, que no suelen pasar de las primeras eliminatorias. Cuando este gachó tiene posibilidades de ser el presidente del país más poderoso significa que algo está fallando. Un actor bastante mediocre, llamado Ronald Reagan, alcanzó la presidencia de los EEUU. Pero si la consigue Donald Trump sería muy fuerte, se abriría una puerta en la Casa Blanca para que el populismo se propague por casi todo el mundo. Y el populismo no es de izquierdas ni de derechas, sino que se nutre de falsedades y manipulaciones, con todas sus consecuencias represivas.

Para la mentalidad hispánica, el sistema norteamericano de elecciones presidenciales es difícil de explicar. Hay dos alternativas: el Partido Republicano, que representa a la derecha más carca, y el Partido Demócrata, que se identifica con una izquierda que aquí sería entre Adolfo Suárez y Felipe González. Hay un bipartidismo perfecto que no se ha puesto en cuestión. Por otra parte, los votos se cuentan por estados o territorios. Es como si en Andalucía gana el PSOE, y todos los votos electorales andaluces son para el PSOE. O como si en Galicia el más votado es el PP, y todos los votos electorales gallegos son para el PP. Con ese sistema, no hubieran echado a Pedro Sánchez, porque Rajoy habría conseguido la presidencia en diciembre del año pasado.

En EEUU siempre gana el candidato más votado en los estados, no el que mejor pacta con otros a posteriori. Eso no  exime de sustos: ni de que el mundo tiemble con un candidato estrambótico, ni de que nos alegremos con el triunfo de la menos mala.

José Joaquín León