EN los últimos días ha vuelto a estar de actualidad Vilima, el gran almacén sevillano que perdimos. Ya han pasado 50 años del terrible incendio que acabó con la vida de los heroicos bomberos Joaquín del Toro y Francisco Rivero, a los que ha recordado Francisco Correal en este Diario. Aún está reciente, asimismo, el fallecimiento de José Lirola Martínez, el empresario que volvió a levantar aquellos almacenes familiares de la calle Lagar tras el incendio. Vilima fue uno de los últimos intentos por consolidar algo que ya no se lleva: el gran almacén familiar, que en sí mismo era una contradicción, ya que siendo familiar no podía ser tan grande como otras empresas con más capital. Actualmente, están construyendo en ese edificio un hotel de H10. Casualmente, cerca de allí, se encuentra el edificio de otra empresa sevillana que perdimos, Saimaza, donde se construirá... ¿A que no saben qué? Pues, sí, otro hotel.

Ya van los hoteles por la calle Goyeneta. El lugar del antiguo edificio de Saimaza se considera privilegiado, porque está cerca de la plaza de la Encarnación, pero en realidad se ubica en la trasera, por los recodos de las calles Goyeneta y Buiza y Mensaque, interesantes atajos en Semana Santa, por lo común no muy transitadas, porque la gente suele pasar por Puente y Pellón, calle mucho más comercial y alegre. Desde que se fue la empresa cafetera, el olor de Goyeneta, en no pocos momentos, tampoco ha sido como el del incienso de la calle Córdoba. Por ello, la ubicación de un hotel con 45 habitaciones debería servir para adecentarla y olvidar las malas costumbres caninas y humanas.

Tanto Vilima como Saimaza fueron dos empresas que no pudieron seguir con sus antiguas estructuras. Vilima la fundó José Lirola Cerezuela en 1963 y compitió como un gran almacén local. Pero el destino los obligó a adaptarse a las nuevas necesidades de los mercados. Saimaza la había fundado Joaquín Sainz de la Maza en 1908 y fue una de las principales empresas de café españolas. Vilima cerró y Saimaza fue vendida a una multinacional.

Así pasaron las glorias de dos empresas familiares sevillanas, pero quedaron sus edificios. Hace medio siglo, nadie hubiera pensado que en esas manzanas traseras de la Encarnación, con el devenir de los años, construirían dos hoteles. Aunque entonces tampoco nadie hubiera sospechado que construirían unas Setas en el solar del mercado, tras soportar un largo abandono.

José Joaquín León