EL arboricidio es la demagogia populista del verano. Hay personas bienintencionadas a las que duelen esos apeos que parecen más propios de los leñadores vascos. No obstante, también debo apuntar que los grupos populistas han encontrado ahí un filón. Se vio desde que la podemita Susana Serrano dijo aquello de Juan Serrucho en un pleno. Entre las espadas y los serruchos todavía hay diferencias, a la hora de cortar por lo sano, pero la tentación es golosa. Incluso en el PP puede que algunos vean un hueco para atacar al alcalde. Beltrán Pérez debería aguantar el tirón de los apeos, pues a Zoido le criticaron lo mismo.

El arboricidio es la demagogia populista del verano, insisto. Pero se les puede volver del revés, como un calcetín. Ya explicaron los técnicos de Parques y Jardines que los árboles sufren tendencia al desplome en verano, sobre todo cuando los termómetros alcanzan los 40 grados. El populismo también lo podemos ejercer para recordar el fallecimiento del vecino de la Macarena, tras las graves lesiones que le causó el palo borracho del Alcázar. O los destrozos en la glorieta de Ofelia Nieto en el Parque de María Luisa. O las ramas caídas en la calle Luis Montoto (Florida), sin causar daños personales. Es decir, que el riesgo de víctimas existe. La solución no es dejar Sevilla sin un árbol, pero tampoco hacerse los locos ante la realidad.

El arboricidio es la demagogia populista del verano, lo repito. Pero hay otro aspecto a tener en cuenta: los árboles son seres vivos, que en un determinado momento mueren. Esto que ejecuta Parques y Jardines, con los apeos de Guevara, no es como una eutanasia de árboles. Todos los árboles de Sevilla no llegan a los mil años. Todos no viven tanto como las secuoyas. Recuerden que hay árboles, como los álamos y los abedules, que suelen vivir entre 50 y 60 años. Recuerden que varias especies no pasan del siglo. En general, salvo excepciones, los árboles longevos se adaptan mejor al frío que al calor.

El arboricidio es la demagogia populista del verano, concluyo. Ciertamente la vida de los árboles depende de los cuidados. Pero, por muy bueno que sea el médico, digo el jardinero, llega un momento en que uno se muere. Igual que todos los hombres y mujeres no llegan a centenarios y centenarias, por muy bien que funcione el SAS, algunos árboles duran más que otros. Se llama ley de vida. Tampoco los árboles han conseguido ser inmortales.

José Joaquín León