POR favor, no le busquen comparaciones futbolísticas, pero así como existió Sevilla la Roja, parece que ahora existe Sevilla la Verde. En realidad, es lo mismo: son los herederos del PCE, que evolucionó desde el comunismo más casposo, purgante y de Stalin al eurocomunismo suavecito que aceptó la bandera rojigualda. Y, con el tiempo, como no daban pie con bola, se han reinventado. Primero como indignados, y ahora como ecologistas y animalistas. El arboricidio viene por ahí, sin dudar de los buenos propósitos de los amigos de los árboles. Igual que viene por ahí el amor a las cotorras puñeteras. A día de hoy, han pasado de Marx y Lenin a San Francisco de Asís, y ven a Juan Espadas como el Hermano Lobo con piel de cordero.

Raro es el día que no tenemos alguna protesta de Sevilla la Verde. Por ejemplo, Daniel González Rojas, portavoz de IU, ha criticado las “lamentables condiciones” de los animales recogidos en el Zoosanitario municipal. Han pedido explicaciones sobre las muertes de gatos, y muchos detalles sobre el número y edad de los gatos acogidos en el referido centro. Como no lo paren a tiempo, puede ocurrir que se empiece a hablar de genocidio de gatos. ¿Gaticidio? Nunca se sabe, no lo descarten. Puede que el Zoosanitario sea presentado como otra sucursal de Auschwitz.

Sevilla la Roja tuvo su mitología, y su enclave urbano, en la zona norte del casco antiguo. De un lado, se dice que en Sevilla la Roja quemaron todas las iglesias que encontraron allí y algunas más de las cercanías: San Julián, San Gil, Santa Marina, Santa Lucía, Omnium Sanctorum, San Marcos… Recorrieron una verdadera ruta del mudéjar con los incendios descontrolados. Claro, que desde el otro lado, se recordarán los fusilamientos en la muralla de la Macarena y las venganzas. Así de cruel (y mucho peor) fue aquella guerra en Sevilla. Todo eso se resume ahora en echar a Queipo de Llano de su tumba.

Pero aparte de no salir del pasado, nos queda el futuro. Sevilla la Verde, curiosamente, siente una especial predilección geográfica por la misma zona: el Pumarejo y sus alrededores. Por eso, el arboricidio de la plaza se valoró como un ataque directo, no como un bombardeo, pero sí como un gesto inquietante.

En el futuro no se sabe lo que va a pasar. Pero si Espadas quiere pactar con Sevilla la Verde debería llenar la ciudad de bulevares, en vez de abarrotarla de bares.

José Joaquín León