EL pasado domingo ingresó en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras el notario Pablo Gutiérrez-Álviz y Conradi, Como dicen los futbolistas cracks, cuando fichan por un club grande, cumplió la ilusión de su vida. Pablo recordó que su padre, Faustino Gutiérrez-Álviz y Armario (que fue miembro de la Academia desde 1952 hasta su fallecimiento en 2006) lo engendró cuando ya era académico. De modo que tiene el ADN; o la herencia, que es más propio de un notario como él. Buenas Letras es la academia de su vida desde pequeñito, cuando a lo mejor ya soñaba con el discurso de ingreso que pronunciaría algún día. 

Este artículo lo escribo en la octava del ingreso. Como las grandes celebraciones de la ciudad, también los ingresos de académico deben tener su octava y su besamanos. Yo no pude asistir, por imponderables, y no voy a comentar el ingreso, sino tan sólo decir que tener un notario académico es un lujo para la ciudad.

Pablo Gutiérrez-Álviz ha ocupado la vacante que dejó Eduardo Ybarra Hidalgo. Coincide con el que fuera hermano mayor del Silencio y de la Caridad, autor de aquellas Sevillanías tan finas, en que es un sevillano muy ajeno al prototipo del tópico. Otra forma de sevillano es posible, y hasta deseable. Cada uno con su estilo, pero ambos con ese porte especial que distingue al buen académico.

Dentro de lo que hay en el mundo notarial (profesión que le va como anillo al dedo), Pablo es un poco raro. Se le nota escribiendo y en la vida cotidiana. Tiene un acusado sentido del humor, a pesar de ejercer una profesión de por sí seria, aunque no triste excepto en algunos casos. No tengo nada contra los notarios, al revés. En mi adolescencia yo dudaba entre ser periodista o notario y puede que me equivocara. Pero siempre he admirado ese sentido del humor y ese ingenio que atesora.

Eso nos llevaría a su etapa en Cádiz. Pablo es sevillano, pero tiene algo de gaditano. Eso nos llevaría hasta Antonio Burgos, al que considera su maestro a la hora de escribir, y a las diferencias entre la gracia gaditana y la guasa sevillana. Como conocemos los dos paños, yo opino que la gracia de Cádiz tiene poca guasa, pero que la guasa de Sevilla puede tener también mucha gracia, excepto que el fulano sea un sieso manío. Al fin y al cabo, José María Izquierdo divagaba por la ciudad de la gracia (humana y divina) que es Sevilla.

La gracia de Pablo Gutiérrez-Álviz no le impide ser un notario riguroso y un académico de merecido reconocimiento. Todo  procede de su ingenio. Sólo los resentidos ignoran que la ironía es una virtud.

José Joaquín León