DESDE tiempo inmemorial, Sevilla es tierra de grandes pintores. Por eso, se canta que tiene un color especial y el cartel de la Semana Santa sale gratis. Por eso, no hay ningún problema a la hora de cambiar de pintor. Y así hemos pasado de estar locos por Murillo (al que le han dedicado un año, que en realidad dura dos años y medio)  a poner toda la ciudad a la mayor gloria de Goya. Es verdad que Francisco de Goya y Lucientes no fue sevillano, sino que nació en Fuendetodos (Zaragoza), y se le puede considerar el pintor de todos, y de todo el siglo XIX. Es de lo más completo: pintó a la Maja desnuda y vestida, dejó pinturas murales en la basílica del Pilar y una amplia producción religiosa, pero también escenas paganas, aquelarres, hechizos, caprichos y cosas raras. Pintó todo lo pintable.

Organizar una gran exposición goyesca hubiera beneficiado mucho al turismo cultural sevillano. Ya puestos, aunque fueran unos paneles de obras de Goya repartidos por la Avenida, donde hubieran lucido mucho más que algunos mamarrachos que hemos visto por allí. Pero al Ayuntamiento de Sevilla sólo le interesa Goya por los premios cinematográficos. A decir verdad, al Ayuntamiento no le interesa Goya, sino los Goya, por lo que mueven, que es el faranduleo de calidad. Nada cañí, sino faranduleo de lujo, supuestamente glamuroso. Como lo demuestra que Pablo Iglesias puede ir con vaqueros a recepciones del Palacio Real y acudir de esmoquin a los Goya. No va más, aunque ahora está de permiso paterrno y no le alcanza para dejar a Errejón de canguro.

¿Y por qué se llaman Goya estos premios del cine? Se sabe que don Francisco no dirigió ninguna película. Pero cuando en 1985 (tres años después de entrar Felipe en la Moncloa) fundaron la Academia de las Ciencias y las Artes Cinematográficas, se les ocurrió crear unos premios para el cine español. Allí estaban Carlos Saura y Luis García Berlanga, José Sacristán y Charo López, entre otros, y le encargaron a Jaime de Armiñán y Teo Escamilla que lo pusieran en marcha. Algunos propusieron el nombre de Buñuel, que parecía más lógico, pero al final triunfó la idea de dedicárselo a Goya. Sonaba mejor, sonaba como los Óscar y los César, con dos silabitas, y con una rima de maravilla. Pero como el motivo resultaba simplón, Ramiro Gómez explicó que Goya había tenido “un concepto pictórico cercano al cine”, y que algunas de sus obras mostraban “casi un tratamiento secuencial”. Así lo colaron.

Ahora los Goya van a dejar cinco millones. Algunos dicen que situará a Sevilla en el mapa del glamour. Y con taxis.

José Joaquín León