ANDALUCÍA es un inmenso espejismo desde Despeñaperros a Tarifa, entre las montañas y los mares. Andalucía es el fin de un continente y de un tiempo. Andalucía es el fruto de miles de contradicciones. Andalucía se hizo más fuerte cuando parecía más débil. Andalucía ha cambiado como por casualidad, cuando suponíamos que la vida seguiría igual. Andalucía vivió una historia que ha sido manipulada a través de los siglos, porque era un territorio de conquistas. Andalucía no es una, ni dos, sino muchas, porque cada andaluz la interpreta a su modo. Andalucía es una paradoja, que encuentra su fuerza en la debilidad. Hoy, en 2019, a pesar de tantos pesares, Andalucía aún existe, y aspira a entrar en el siglo XXI sin complejos.

Este 28-F es diferente, aunque parece igual. Los mismos ritos, las mismas medallas. Cambian los personajes, pero todavía no se ha apreciado nada significativo del cambio. Por detrás queda el peso de la historia. El día de Andalucía es el 28-F, porque fue entonces cuando se reconquistó la autonomía que nunca tuvimos. La Guerra Civil frustró los intentos de Blas Infante y los andalucistas históricos para llevar adelante un Estatuto de Autonomía que la convirtiera en un territorio con semejantes competencias a Cataluña, Euskadi y Galicia. Aquella autonomía era más que nada filantrópica, soñada por unos idealistas de origen burgués que querían salvar a los parias andaluces. Era otra contradicción, imposible de realizar en una España fratricida, dividida en dos bloques cuyo objetivo era exterminar a los otros.

Cuarenta años duró el régimen franquista. Cuatro décadas es un periodo suficiente para que un régimen se agote y se pudra. El proyecto que siguió era una España de consenso, de reencuentro y concordia, de perdón aunque no de olvido. En ese escenario, la Andalucía del 28-F volvió a molestar. No agradaba a quienes querían aferrarse a viejos privilegios. Andalucía era una chinita en los zapatos de las “nacionalidades históricas”, que ya una vez intentaron huir para ser independientes.

Dicen las malas lenguas que en la última campaña se habló más de España y de Cataluña que de Andalucía. Pero, a partir del 2 de diciembre, se habló de Andalucía, porque las urnas demostraron que los votos mayoritarios son los que otorgan las victorias en la democracia. Andalucía sólo será fuerte si creemos en sus capacidades, si luchamos para que por fin llegue a donde se merece. Y si no entramos en las discusiones absurdas de negar su identidad, haciendo el juego a quienes la odian, porque saben que Andalucía es la barrera contra los privilegios de quienes aspiran a romper España o se creen que es suya.

José Joaquín León