EN Sevilla el Miércoles de Ceniza es un día agridulce. Por un lado, se nos recuerda que estamos destinados a convertirnos en ceniza. Por otro lado, sabemos que empieza la Cuaresma, que desembocará en el Domingo de Ramos y la Semana Santa, que es tanto como decir el gozo, la pasión, la esperanza, la promesa de una vida eterna. Pero entre el presente y el futuro, o entre los recuerdos, se nos escapan las otras cenizas de Sevilla: existe una larga Cuaresma de sufrimientos, que no vemos o no queremos ver. Ese cinturón de las periferias donde los sentimientos han sido humillados, donde las esperanzas son arrasadas, donde pocos creen en algo que no sea sobrevivir hoy. Esas periferias que están ahí, a donde irá en 2020 el Señor del Gran Poder. Pero a donde hay que llegar todos los días.

Sevilla puede convertirse en una ciudad aprisionada entre dos realidades drásticas. Hay temor de que el centro se quede despoblado, porque los antiguos palacios y edificios señoriales (y hasta las casas de vecinos) son adaptados al servicio del turismo. Pero más allá, en el otro extremo, está la Sevilla de los barrios pobres, de la marginación y la miseria, de los narcopisos. El Polígono Sur, como barrio, y el Vacie, como asentamiento de chabolas, eran el símbolo de esa Sevilla que molesta y se ignora. Pero, con el tiempo, la milla de oro de la droga se ha extendido a Los Pajaritos y amenaza al Polígono Norte y otros barrios.

Sufren un problema grave de droga, inseguridad y delincuencia, pero también de educación. Las instituciones han invertido, han creado organismos y comisiones, pero no han podido erradicarlo. Es loable el trabajo abnegado de curas como Emilio Calderón en las Tres Mil y ahora de Manuel Sánchez en Los Pajaritos y sus aledaños. Cáritas ayuda y comparte. Hay esfuerzos de hermandades, con proyectos educativos, como el de Azarías, de la Soledad. Hay becas universitarias y de entidades, porque la falta de formación y educación está en el origen de muchos males marginales.

Pero las cenizas siguen ahí. En Los Pajaritos la mayoría de los antiguos vecinos han huido. Poco queda ya de aquel barrio modesto de trabajadores de otros tiempos. El Ayuntamiento no ha conseguido repoblarlo con unos niveles dignos de bienestar social. Por el contrario, ha funcionado el efecto llamada para la okupación, el menudeo de drogas y los nuevos minicorrales de vecinos, donde viven inmigrantes irregulares hacinados en pisos destrozados.

Ahí, en esas periferias, están las cenizas de Sevilla, la Cuaresma eterna de todo el año. Un día llegará el Señor, con una zancada valiente y sus ojos abiertos.

José Joaquín León