COMIENZO con este artículo una trilogía. Desde hace años están de moda, y si no se escribe por triplicado parece poquita cosa. Se podría denominar Trilogía del Desarraigo. O también, a modo general, Sevilla sin sevillanos. El mítico ideal que popularizó Antonio Machado ha adquirido, con el tiempo, el sentido contrario. Ya no se trata de disfrutar la ciudad sin los excesos de sus ciudadanos, sino de expulsar a los sevillanos a las periferias. En esa coyuntura estamos. Se ha culpado al turismo, y se ha fomentado la turismofobia, para chinchar a Juan Espadas. De manera que ves a una muchacha con short, top de tirantas y chanclas, como si fuera a la piscina del Tiro de Línea, llorando porque no la dejan entrar en la Catedral, y parece que es una enviada especial de Satanás. Cuando ella es otra víctima. El turista sólo es un medio para conseguir el fin de lo perverso. Y el fin es hacer negocio a costa de Sevilla.

Todo se orienta en el mismo sentido.  Pues no se trata sólo de que los edificios del casco antiguo se destinen a fines turísticos, sino de las consecuencias que genera. ¿A dónde van a parar los vecinos que salen del centro? ¿A dónde van a parar los hijos de los vecinos del entorno, que habitan barrios como Los Remedios, Triana, Macarena, Nervión, Porvenir, Bami, Heliópolis y otros no muy distantes? ¿Dónde está la oferta de nuevos pisos? Palmas Altas y la Hacienda del Rosario son las alternativas residenciales, y forman parte de ese proceso de expulsión de los sevillanos hacia los límites periféricos.

En el casco antiguo cohabitaban diversas formas de vida y estratos sociales. En el casco antiguo había palacios, casas unifamiliares, casas de pisos y corrales de vecinos, con diferentes niveles de habitabilidad. Había barrios llamados señoriales (o de señoritos) y populares. Había calles, como San Vicente, que tenía los sectores de Don Vicente, Vicente y Vicentillo, según el supuesto nivel económico de sus vecinos. Era una ciudad de tótum revolútum, que convivía, aunque los corrales eran insalubres y de condiciones indignas.

Con el tiempo, corrales como el del Conde se transformaron en apartamentos. Los pisos están pasando a ser turísticos, legalizados o no. Los palacios de condes y marqueses y edificios emblemáticos se están reconvirtiendo en hoteles de cuatro o cinco estrellas. Aún quedan vecinos supervivientes, pero el tiempo juega en contra y las herencias familiares también.

No sólo se pierde la identidad social, sino que va a desaparecer una forma de vida cultivada durante siglos. Un bloque de pisos no es como una casa sevillana.

José Joaquín León