LA Velá de Santa Ana suele coincidir con algunos de los días más calurosos del año. Es la Fiesta Mayor de Triana (sin olvidarnos del Viernes Santo y del Corpus Chico), y no porque el Ayuntamiento le haya concedido ese rango, sino porque es la ocasión en que se destapan los frascos de las esencias del antiguo arrabal. La Velá mira más hacia el pasado que hacia el futuro, y procura mantener una devota fidelidad a las raíces. En las formas, en los ritos, pero también en su significado social, que pasa por reforzar señas que han caracterizado a los trianeros. Una identidad que se perdió en otros barrios de antiguas collaciones. Una identidad que va más allá de las hermandades, o la nostalgia por los corrales de las Cavas, sino que afecta a las costumbres. A la peculiaridad de lo propio, que es diferente.

“Triana es un pueblo donde puedes ir mil veces y salir sin conocerlo”, según dijo Carlos Valera, macareno de nacimiento, en su Pregón de la Velá trianera. Esa impresión la he sentido muchas veces. Hay algo indefinible, que no se entiende, ni se debería aspirar a entender. Sin embargo, sientes que ese algo indefinible revolotea por calles en apariencia semejantes a otros rincones de la ciudad. Calles que se diferencian tan sólo por haber atravesado un puente. Calles que esconden un eco portuario, pero de un viejo muelle que ya no existe, y que se oculta como fantasmagoría tras lo que vemos. Y lo que se ve es el turismo masivo que ha invadido las calles de Triana, y ha convertido San Jacinto en una terraza de bares, hasta ser una de las calles más desfiguradas de las dos orillas.

La Velá salva el cliché de un nodo en color. El acto del Pregón en el Hotel Triana, engalanado con sabor a otros tiempos. El concierto de la Banda Sinfónica Muncipal, con el esfuerzo que hace su director, Francisco Javier Gutiérrez Juan, para ofrecer programas originales, esta vez titulado De los Font para Triana, con siete piezas que la familia musical les dedicó. Actos organizados a contra corriente, cuando muchos trianeros se van a las playas, pero que recuerdan al barrio su realidad original.

Otro detalle curioso es que han nombrado Hijos Adoptivos de Triana al torero Curro Romero y al profesor Pedro Jordano, biólogo e investigador del CSIC en Doñana. El arte y la ciencia, hermanados en un cóctel trianero. Quizá porque lo artístico y lo científico se fusionan al otro lado del río. Y en el fondo de los homenajes siempre hay un espacio para los flamencos, como Carmen Montoya o Barrilito de Triana, a los que han premiado. Si alguna vez Triana se fuera a perder, sería rescatada por el flamenco, que ilumina su memoria.

José Joaquín León