HA muerto Antonio Dubé de Luque, que no era sólo un reconocido imaginero y cofrade, sino ante todo el último inventor que le quedaba a la Semana Santa contemporánea. Antonio era de una estirpe de otro tiempo. Suponemos que la Semana Santa es eterna, pero ha tenido inventores, que sembraron una tradición. Como Juan Carrero en las Penas de San Vicente, por citar otro ejemplo, en el que una cofradía fue transformada de la cruz al palio. Antonio Dubé de Luque reconstruyó los Servitas, que siempre fue su cofradía, y que hoy resultaría inexplicable sin sus aportaciones. Pero también estuvo en el grupo fundacional de la hermandad de la Sed. Y contribuyó de palabra y obra para que la Trinidad recuperase su paso alegórico.

A Dubé de Luque se le cita como autor de la Virgen de Consolación, de Nervión; y la Aurora, de la Resurrección. Algunos lo amplían a la Soledad, de los Servitas, a la que transformó sin ocultarlo. Pero, en la puridad artística de que quien toca y retoca es el verdadero autor de lo que se queda, a Dubé de Luque hay que considerarlo padre (o, como mínimo, tutor) de la Virgen de la Candelaria y los Ángeles, de Los Negritos, y puede que alguna más. Vivió otros tiempos (años 60, 70 y 80), en los que se remodelaba para mejorar. Una veces lo asumían y otras no. Quizás hubiera más verdad en eso que en “recuperar” una policromía del siglo XVII sobre la que había cinco capas de pintura posteriores. Cada cual defiende su negocio. Pero hay que ver los resultados.

Dubé no tuvo complejos para asumir las verdades. Ni le faltó generosidad. En menos de dos meses, han muerto los dos artistas que hicieron las imágenes de la Sed. Justo en la conmemoración de los 50 años de la hermandad y de sus dos imágenes titulares. Cuando le encargaron el Cristo a Luis Álvarez Duarte, le extrañó, porque Dubé de Luque había tallado la Virgen y estaba vinculado. Les preguntó: “¿Lo sabe Dubé?”. Lo sabía. El contrato con Álvarez Duarte para el Cristo de la Sed se firmó en la capilla de los Servitas. Entonces Luis era un joven de 20 años y Antonio tenía 25.

Además de una importante obra de imaginería, repartida por Sevilla y otras ciudades; además de ser el artífice y el inventor de cofradías y de imágenes, Dubé se quedará como un personaje literario. Antonio Burgos le dedicó Oyendo al muñidor de la Mortaja, uno de sus mejores recuadros. Ese muñidor “que nos va marcando el tiempo que, irreparablemente, se escapa de las manos”. En esa esquila lúgubre del muñidor, que hoy nos llega como un eco de Viernes Santo por Dueñas, también vivirá el recuerdo de Antonio Dubé de Luque.

José Joaquín León