DESPUÉS del Año de Murillo, y en pleno Año de Magallanes, en estos días se ha puesto de moda el Trimestre de Montañés. La exposición del Museo de Bellas Artes de Sevilla se denomina Montañés, maestro de maestros, por lo que queda claro que pretende resaltar su magisterio en la imaginería. Permanecerá abierta hasta el día 15 de marzo, un detalle importante, ya que no hace falta que vayan todos en el próximo puente de la Inmaculada, ni tampoco que la dejen para los últimos días, ni mucho menos que se les pasen las fechas. Hay que verla y hay tiempo suficiente. Es cuestión de organizarse bien. Al margen de que en Sevilla gusta mucho una cola.

En la exposición montañesina hay 48 esculturas y 10 pinturas. El objetivo esencial es dar a conocer su creación como dios de la madera. Eso del dios de la madera se le ha quedado a Juan Martínez Montañés como su apodo. Es acertado, y en esta exposición se nota, ya que Montañés fue sobre todo el gran artífice del madero. El hombre que convertía un bloque (en la mayoría de los casos, de cedro americano) en un Crucificado, un Nazareno, una Inmaculada, un Niño Jesús o un santo. Figuras no sólo bellísimas, sino que impulsaban a la devoción religiosa, que es para lo que se tallan las imágenes sagradas. Un detalle importantísimo, que a veces se olvida hoy en día. Pues no se trata sólo de innovar, ni de buscar la belleza a la sevillana (sin ese retorcimiento exagerado que abunda en el barroco castellano), sino de que sean imágenes que inciten a rezar.

Montañés fue el gran creador de la madera. En la Roma y la Florencia de Miguel Ángel había interesado más el mármol, que era lo supremo. Pero en la Sevilla que hace la transición del Manierismo al Barroco, Montañés diviniza la madera. Es su universo. Las policromías se las dejaba a Francisco Pacheco, que también tuvo bastante que ver en el éxito artístico de Montañés.

En la exposición hay una memorable trilogía de Crucificados: Clemencia de la Catedral, Desamparados del Santo Ángel y el del convento de Santa Clara. Está el Montañés de los retablos, y también el de la Inmaculada Cieguecita, el del Niño Jesús del Sagrario, o el San Cristóbal del Salvador. Así como otras importantes aportaciones. Aunque muchas de esas obras son conocidas por los sevillanos, no es igual apreciarlas en esta exposición. Donde falta Jesús de la Pasión, por motivos obvios.

La Sevilla sagrada aporta mucho al turismo y a la cultura. Precisamente por ese esfuerzo, es de justicia que hayan agradecido la colaboración del Arzobispado y de otras entidades religiosas.

José Joaquín León