LA Semana Santa de Sevilla no es como la calle del Infierno de la Feria. Si establecemos esa comparación odiosa, empezamos mal, porque partimos de un concepto equivocado. Incluso desde un punto de vista folklórico, existen sensibles diferencias. A partir de ahí, la decisión de la Hermandad de Jesús Despojado de discurrir en silencio por la calle San Pablo se puede entender como un gesto de apoyo a los niños que padecen autismo. Nada menos, pero nada más. Que una hermandad con música acuerde silenciar a sus bandas, durante un tramo breve del recorrido, no causa mal a nadie, ni perturba su esencia. Por eso, me parece asumible como un detalle solidario. Pero se abre una puerta para otros peligros. El principal es cargarse del todo la espontaneidad y la identidad de la Semana Santa, por culpa de lo políticamente correcto.

Insisto en que no es por esa decisión concreta. En Sevilla existen otras cofradías cuyos pasos van en silencio o con música de capilla. Yo mismo soy hermano de tres cofradías; y de ellas dos van sin música y la otra con música de capilla. Van así durante todo el recorrido, no sólo en un tramito del itinerario. La Semana Santa tiene sus silencios y sus costumbres, que no son eternas, ni inmutables, sino que fueron creadas en un determinado momento y después nos adaptamos. Pero no nos podríamos adaptar nunca a que los Font de Anta, Gómez Zarzuela, Farfán, Gámez Laserna, Pedro Morales, José Albero, Abel Moreno o Manuel Marvizón sean considerados un peligro público y que sus composiciones deban silenciarse. No es ruido, es música. Y lo mismo vale para cornetas y tambores, o para las agrupaciones, que son más del estilo de Jesús Despojado.

Dirán, y con razón, que sólo es un momentito. Pero después puede aparecer la Asociación de Vecinos del Barrio Equis, controlada por Frankenstein Existe, reclamando que en el regreso nocturno de tal cofradía por aquí o por allí, se callen como si fuera el traslado al sepulcro, por su derecho al descanso. O los precedentes que ya han existido, con sentencias contradictorias, sobre los accidentes de tráfico a consecuencia de la cera. O tantas ocurrencias que pueden surgir, si se levanta la veda para asuntos no exentos de peligro.

Es un detalle generoso, sí, pero cuidado con ciertas concesiones a lo políticamente correcto. Ya hemos asumido cuestiones duras, como la videovigilancia y las medidas antihooligans para la Madrugada. A ver si algunos terminan denunciando los ruidos a la Justicia europea, para que Julio Vera y los músicos terminen proscritos y exilados de las calles de Sevilla.

José Joaquín León