EN Sevilla, por causas desconocidas, se está creando una alergia a los museos.  Hay una apatía, que pronto se podría convertir en una antipatía. Una de las noticias de los últimos días es el cierre del Museo Arqueológico, que no se podrá visitar en los próximos tres años, mientras ejecutan las obras de mejora por las que el PP y el PSOE estaban discutiendo. El Ministerio de Cultura, cuyo titular era (y ya no es) José Guirao, hombre de inquietudes museísticas, gastará 20,7 millones de euros en estas obras tan demoradas, lo que supone una minucia, si se compara con las infraestructuras pendientes. Pero la cuestión de fondo es: ¿y el Arqueológico a quién le importa?

A muy pocas personas. A lo políticos, mayormente, para tirarse los trastos a la cabeza. A la gente corriente y poco cultivada, le da igual si el tesoro del Carambolo es verdadero o falso, si se expone o se guarda. También le da igual que pueda ser rehabilitado el pabellón neo-renacentista diseñado por Aníbal González (el Gaudí sevillano, dicen algunos optimistas), cuyo estado de conservación es penoso. Para disfrute del museo, en el futuro, y para que la ciudad tenga su plaza de América en las debidas condiciones, sin que sea la vecina pobre de la plaza de España.

Se ha publicado que el Arqueológico de Sevilla recibió menos visitas que los de Córdoba y Granada. En otras ciudades andaluzas tienen más interés por promocionar sus museos. El mejor ejemplo es Málaga, donde el alcalde, Francisco de la Torre, se ha esforzado con el Museo de Picasso, y con las sucursales del Thyssen y del Centro Pompidou, además de las salas en edificios singulares como el Obispado. Han abierto hasta un Museo de Semana Santa.

La curiosidad de que en Sevilla no haya un Museo de las Cofradías no es casual, sino que responde a esa apatía o antipatía antes citada. Los lugares que se han barajado para ubicarlo son conflictivos, mientras San Hermenegildo permanecía cerrado porque el Ayuntamiento y el Consejo se  hicieron los despistados en su momento. Como dicen en la Macarena, ya tenemos nuestro museo. Esa es la mentalidad. Cada cual tiene un museíto en su casa de hermandad, o en su apartamento turístico.

Por ello, que el Arqueológico esté tres años sin una sede alternativa no molesta a casi nadie. Al parecer, se conforman con que la Consejería de Cultura monte una antología de piezas en las salas de Santa Inés. Tampoco hay protestas porque la ampliación del Museo de Bellas Artes sigue en el limbo. Siempre nos quedará un Murillo o un Montañés, para salir al quite pinturero con tres meses de exposición.

José Joaquín León