EN la muerte de Luis Becerra, se han recordado aquellas espectaculares exposiciones que dirigió y que marcaron una época en Sevilla. Sin duda, no ha tenido el reconocimiento que merecía, y en los últimos años, ya jubilado, no fueron bien aprovechados sus conocimientos. Estaba por encima de la priostía, por encima de los vestidores, y por encima de quienes han creado sus reductos de amigos para montar un chiringuito cofrade. Luis Becerra quería y entendía el mundo de las cofradías, y no sólo por su vinculación macarena. Puede que incluso fuera capillita. Sabía distinguir el trigo de la paja, y eso suele ser mortal, a la hora del recuerdo, cuando alguien ya no sigue en el ámbito del poder, porque los envidiosos avivan sus rencores.

Así las cosas, pasó de ser el alma mater de las exposiciones a quedarse en un discreto papel. Nunca entró en juntas de gobierno, ni en el Consejo de Cofradías, aunque fue colaborador. Luis Rodríguez-Caso, que también sabía distinguir el trigo de la paja, en sus tiempos de presidente, fue quien le supo sacar más provecho, con las exposiciones de Los esplendores de Sevilla, en 1992. Muy elogiadas, sí, pero algo criticadas también, como pasa siempre con lo que supera la mediocridad.

En los años 80, Luis Becerra triunfaba con las exposiciones que organizaba en la Caja San Fernando, donde ahora está la exposición del Gran Poder. Luis Becerra, como Juan Carrero, por citar otro caso, sabía que fuera de Sevilla también hay tesoros de la Semana Santa. Algunos de ellos vendidos (y hasta revendidos) por capillitas incultos de otros tiempos, que dejaron escapar palios y mantos de Juan Manuel Rodríguez Ojeda y otras grandes piezas del bordado y la orfebrería. Incluso imágenes sustituidas, no siempre mejores.

Con esos ingredientes, montó exposiciones inolvidables, como La Semana Santa del ayer, Gloria Nazarenorum, Mater Dolorosa, y tantas otras. Exposiciones que incluyeron grandes obras de arte de Sevilla, pero también del entorno de la Caja San Fernando (Cádiz, Jerez, Huelva, etcétera). Y asimismo imágenes, incluso Cristos y Dolorosas, lo que no siempre se entendió, por un exceso de beatitud.

Tampoco se entendió alguno de sus montajes para el Corpus, como uno sobre el agua como fuente de vida, en el que quizá se pasó de alegórico. Eso fue aprovechado por los envidiosos para echar tierra encima a su aportación en el diseño artístico-cofrade. No era un prioste, sino un artista, que no es lo mismo. Y defendía ese concepto del arte que nos acerca a Dios. Es decir, un concepto elevado.

José Joaquín León