TENÍA muy claro que nuestra percepción acerca de los enfermos por el covid-19 (popularmente conocido como el coronavirus) cambiaría en cuanto apareciera el primer caso en Sevilla. El mundo es un pañuelo que contagia las infecciones con los contactos. En China fueron descubiertos los primeros (con retraso, por cierto), y pusieron una barrera en torno a la ciudad de Wuhan y luego a la provincia de Hubei. Para que se hagan una idea: han dejado aislados a 56 millones de habitantes (que son los que viven allí), y así no se ha extendido a lo bestia por el resto de China, donde viven más de 1.300 millones de habitantes, en su inmensa mayoría sanos. Pero en este mundo globalizado es imposible que los casos no llegaran a otros países.

Era cuestión de ver quién metía antes la pata en nuestro entorno, que ha resultado ser Italia, en las regiones de Lombardía y el Véneto. Ya habían aparecido algunos casos en otros países de Europa, entre ellos Francia, Alemania y España. Aquí detectaron los primeros a turistas de las islas Canarias, pero ya los hay en Sevilla, en Madrid y en Barcelona, con lo que se acabó el mito de ser invulnerables.

El mapa de la enfermedad se ha ampliado. Es peligrosa por dos motivos principales: no hay vacunas, ni seguridad en los tratamientos. Afecta con riesgos severos, incluso de mortalidad, a personas ancianas y con dificultades respiratorias. Por lo que no se puede tomar a guasa.

Sin embargo, se debe añadir la otra parte de la verdad: el 98% de los enfermos se curan, y sin problemas ni secuelas. Más del 80% de los enfermos se están curando solos y sin hospitalizar. En realidad, los tratamientos son sintomáticos, pero no específicos. Sus consecuencias se parecen a la gripe, que causó 6.300 muertos el año pasado en España, pero se acoge con naturalidad y sin este alarmismo exagerado.

Los mismos que han creado el alarmismo dicen ahora que no hay razones y que debemos actuar con calma. ¿Qué me dices? Si aplicaran los mismos criterios a otras enfermedades, el alarmismo sería similar. Depende, en gran medida, de la difusión obsesiva, del sensacionalismo, de la inmadurez y de la ignorancia. Están causando grandes pérdidas económicas. Y el miedo es mortal para el turismo.

Se supone que esta enfermedad bajará pronto, en menos de un mes. Hasta entonces, debe haber una alerta serena. Pero cuidado con las paridas. Algunos cretinos ya están insinuando que Sevilla se puede quedar sin sus fiestas de primavera. Tranquilos, no se preocupen, que los nazarenos van con mascarilla incorporada.

José Joaquín León