LA Iglesia católica tiene en Sevilla un rol social y una importancia mediática muy superior al resto de España. Ni en Santiago de Compostela, ni en Toledo, ni mucho menos en Madrid o en Barcelona, le dan tanta importancia a su arzobispo, que aquí es una autoridad indiscutible. Por eso, lo que haga la Iglesia en Sevilla alcanza una repercusión que no es comparable a otros obispados. Para bien y para mal. En esta crisis del coronavirus, la Iglesia hará lo que debe hacer, como ha recordado el arzobispo, Juan José Asenjo, que es ponerse al lado de los pobres que ya existían y de los empobrecidos que se ven venir en el horizonte.

Al principio de la crisis del coronavirus, los focos se fijaron en las misas. Hubo 12 diócesis en España que no las suspendieron el primer domingo. Algunas de ellas se empeñaron en mantenerlas, aunque apenas acudieron fieles. En Sevilla, monseñor Asenjo ordenó que no se permitiera asistir a los fieles desde que se aprobó el estado de alarma. Fue una decisión valiente, y también criticada por algunos puristas, que consideraban equivocado que la Iglesia hiciera mutis en momentos tan necesarios. La necesidad se convirtió en virtud. Las misas no se han suspendido. Las hay a puerta cerrada y se pueden seguir por streaming. Los fieles no quedaron abandonados. Y esto debe servir para la Semana Santa verdadera, que no se ha suspendido ni aplazado y se celebrará en sus fechas.

El Arzobispado ha donado 300.000 euros para ayudar a la compra de material sanitario, pero aún más importante es que haya ofrecido las instalaciones del Seminario (que está cerca del Hospital Virgen del Rocío), para acoger enfermos si fuera necesario. Eso es predicar con el ejemplo. Tampoco se puede olvidar la labor de asistencia social que hacen Cáritas y muchas entidades religiosas, incluido el trabajo abnegado de las Hermanas de la Cruz y otras congregaciones.

Y las hermandades, no se olviden de las hermandades. Está abierto el comedor de Bellavista o el economato del casco antiguo. Están asistiendo, a pesar de que las hermandades pueden caer entre las damnificadas, sobre todo las más modestas. No será el Consejo, sino la asamblea de hermanos mayores, cuando se puedan reunir, la que decidirá si se devuelve o no el dinero de las sillas y palcos. Devolverlo supondría a las hermandades dejar de ingresar una media de 40.000 euros, de los que ya han percibido en torno al 45%. Y eso afectará a obras sociales, hipotecas, proveedores y pagos ineludibles. Es decir, que pueden venir tiempos muy difíciles. Ayudar y ser ayudadas. Esa será la cuestión.

José Joaquín León