LOS paseos por las calles de Sevilla, en los horarios permitidos por el mando único de Pedro al aparato, se están convirtiendo en un peligro para la salud. El número de personas que van con mascarillas, en muchos lugares de la ciudad, raramente llegará al 30 por ciento. Es decir, que la gran mayoría de los sevillanos sale sin ningún elemento de protección (ni mascarillas, ni guantes), por lo cual están plenamente desprotegidos y no protegen a los demás. Salen como si no pasara nada. A la aventura, o confiados en que esta es la tierra de María Santísima, y dentro de lo malo ha salido mejor parada. Mejor parada en el número de muertos, no en el de los parados de abril.

Es natural que los corredores a lo Abel Antón no usen mascarillas porque algunos se pueden asfixiar. Pero también ellos deben tener en cuenta por dónde pasan y de qué manera. También parece que los ciclistas a lo Miguel Induráin se consideran protegidos, como si la bicicleta eludiera la carga viral, aunque es cierto que algunos van con mascarillas. Pero lo más grave es lo que vemos con los paseantes a todas horas. Pequeños, mayores y medianos coinciden en la alergia a las mascarillas.

La culpa la tiene el Gobierno. Me dirán: “Ya empezamos”. Pues sí, la tiene, porque al principio del confinamiento (aquellos días de marzo) apenas había mascarillas en España. En vez de conseguirlas, en vez de procurar el abastecimiento, Salvador Illa y Fernando Simón dijeron lo sencillo: que no hacían falta, que bastaba con lavarse las manos. Hasta que dijeron lo contrario de lo que decían. El sábado pasado, Pedro Sánchez, al que se ha visto pocas veces usando mascarillas, advirtió de que eran obligatorias en el transporte público y que las repartirían. Ya han conseguido algunos lotes. Y ahora sí. Ellos son así.

Miles de sevillanos se han acomodado a la falsa creencia (fomentada por el Gobierno en marzo) de que las mascarillas no sirven para nada. Pedro las usa poco y Pablo ni en el supermercado.” ¿Mascarillas para qué?”, preguntaría Lenin.

Pasear por la calle San Fernando, la Puerta Jerez o la Avenida de la Constitución es como una profesión de fe. Igual que sucede en otras calles del centro, con aglomeraciones a ciertas horas. No se pueden tocar los libros en El Gusanito Lector y en las pocas librerías abiertas, pero en las calles hay hasta tocadores de señoras.

Menos mal que hace calor, y que la pandemia va cuesta abajo aunque no a tumba abierta, y que pronto se recuperará la normalidad (¿más gente todavía?), y que abrirán las iglesias desde el domingo para pedir más milagros. Pero no se confíen.

José Joaquín León