DECÍAMOS ayer que vuelve la Liga, que se reanudará el próximo jueves con un apasionante Sevilla-Betis, y que ya no se hablará con la misma intensidad del coronavirus. Habrá fútbol todos los días, desde el 11 de junio al 19 de julio. Algo así como una cuarentena deportiva. Para que vean el poder del fútbol: resultó que el mismo día en que toda la oposición de Colón (también Ciudadanos) estaba pidiendo la dimisión del ministro Grande-Marlaska, apareció por la tarde el gran Simón en el show de su rueda de prensa, y dijo que estudiarán la posibilidad de que el público vuelva a los estadios antes de que acabe la Liga; o sea, dentro de un mes, o puede que antes.

Semejante ocurrencia parece otro globo sonda. Partimos de un concepto previo. El cine y otros espectáculos comienzan con aforos reducidos. El Teatro Real de Madrid (ciudad que a día de hoy no ha entrado todavía en la fase 2) quiere comenzar el 1 de julio con la ópera La Traviata, que representarían con la mitad del aforo. ¿Y el fútbol? ¿Podría volver el público? Dos equipos de Segunda, Las Palmas y Oviedo, han pedido jugar ya con aforo reducido. Les han contestado que no. Entre otras cuestiones, porque en el BOE se insertó una publicación donde se indica con claridad que los partidos serán disputados a puerta cerrada hasta final de temporada. Es un requisito que impuso el Consejo Superior de Deportes para reanudar la competición.

El público del fútbol no es como el de la ópera. Incluso los mismos señores y las mismas señoras, si acuden a un partido de su equipo, no se portan igual que en una ópera de Verdi, ni siquiera de Wagner. En los tiempos de Franco (que tanto se asemejan al estado de alarma) decían que la gente iba al fútbol para liberar sus bajos instintos. Eran tiempos en los que se podía insultar sin problemas al árbitro, los jueces de línea y toda la expedición del club visitante. Además de que en las gradas, entre los forofos, era costumbrista, según el rival, el intercambio de comentarios jocosos y alguna que otra tragantá.

En el gol norte del Pizjuán o en el gol sur del Villamarín difícilmente respetarían las distancias sociales, las mascarillas, los asientos a dos metros y otras sutilezas. Allí se va con pasión, señores del mando único y la cogobernanza asimétrica. Un club no se responsabiliza de ciertos aspectos de orden público que pueden pasar en un partido. Y me temo que, si hubiera un rebrote del coronavirus, van a decir que fue por culpa de Pepe Castro o de Ángel Haro. O de cualquiera, menos del gran Simón, que cada día cuenta peor los muertos. Es mejor que tengan el fútbol en paz y sin público.

José Joaquín León