EN esta desescalada del coronavirus, en Sevilla se habla mucho de los bares, pero menos de los comercios. ¿Y saben por qué? Pues porque se han adaptado mejor a la nueva realidad de las mascarillas y el metro y medio de Illa. El comercio ha recuperado cierta normalidad, aunque al ralentí. También hay que decir que todos no se han adaptado igual. Y que hay unos grandes triunfadores: los centros comerciales. Empezando por el más grande, que es el Lagoh. Allí (y en otros, como Torre Sevilla, o Nervión Plaza) dan una lección de civismo que ya la quisiéramos ver en la calle Tetuán.

Por centrarnos en Lagoh. Yo lo he visitado y tenía todas las tiendas abiertas. Marcas de primer nivel, que en el centro de Sevilla han abierto más tarde (o todavía no), allí estaban funcionando. Además, la sensación de seguridad es mayor. Todo el mundo con mascarillas, que es obligatoria en los espacios comunes y en los establecimientos. La diferencia es que los vigilantes de seguridad se lo curran. Mientras que en la calle Tetuán yo he visto pasear a personas sin mascarillas, a un metro de un policía local. Algunos aperciben, pero no todos. La sensación es de impunidad.

De tal manera que, a día de hoy, me parece más seguro comprar en un centro comercial. En ese sentido, el Lagoh y otros lo están haciendo de diez. También las medidas de seguridad se cumplen en El Corte Inglés y en las tiendas de referencia. Pero el problema está en la calle. Aquí sólo se entiende la multa. Y volvemos a lo ya denunciado: el incumplimiento es mayor entre los jóvenes maduritos, treintañeros o así. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, les hizo un llamamiento que parece haber caído en saco roto. Se perdió…

Otro apunte: el pequeño comercio sevillano tiene vida más allá de la pandemia, cuando consigan superar la ruina (si es que lo consiguen), porque el gran comercio ha fracasado en la venta online. Algunos creían que España es como Asia, pero no. En China o Japón tú pides una prenda de vestir y te la llevan de inmediato.

Sin embargo, en Sevilla, conozco a una amiga que hizo un pedido de prendas deportivas a unos grandes almacenes, en oferta online. Lo pidió a finales de abril y tenían como plazo de entrega hasta el 12 de mayo. Todavía lo está esperando. Al retrasarse tanto (por su mala distribución y su peor reparto), ha dado tiempo de que abran las tiendas, y de que comprarlo online se convierta en una auténtica estupidez.

La crisis está sirviendo para desnudar muchas carencias. En el comercio existe una brecha digital. Y muchos somos como Tomás: si no lo veo, no lo compro.

José Joaquín León