NUNCA en Sevilla se siente a Dios en la ciudad con la misma intensidad que en la mañana del Corpus. Hoy se celebra misa en el interior de la Catedral y una procesión (claustral, por supuesto) con el Santísimo Sacramento. Al final, una bendición a la ciudad, desde la Puerta de la Asunción. Todavía no hemos vuelto del todo a la nueva normalidad. Al menos, no ha vuelto Jesús Sacramentado, que se ha quedado confinado bajo la belleza gótica de un templo tal que nos tomen por locos. Ahí está, ahí vive, ahí nos aguarda, pero su presencia real y verdadera no saldrá a las calles. Vemos algunos escaparates adornados en la calle Francos, que recuerdan vagamente el oropel de otros años. No es lo mismo. Tan sólo un lamento con ecos barrocos.

Este Corpus del coronavirus transcurre con soledad en las calles vacías. Me recuerda un Corpus antiguo que reflejó magistralmente Joaquín Romero Murube en Era una mañana de Sevilla, uno de sus textos antológicos: “Era una mañana de Sevilla. Alegría de Dios entre los hombres, gloria de frutos en la tierra, campos llenos de espigas y parrales, lumbre azul en los altos cielos del estío, ¡alegría de Dios entre los hombres! Todos nos sentíamos ungidos por la presencia divina, y ya tarde, cuando Dios había recorrido las calles de la ciudad, aún sentíamos sobre nuestro corazón la emoción intensa de esta clara mañana, llena de un temblor de campanas y oraciones. ¡Era Dios en la ciudad!”.

Esa nostalgia del Corpus del buen recuerdo, dolorosa y hondísima, es válida hoy al ciento por ciento. Hoy no veremos a Dios en la ciudad, aunque esté en la Catedral. A pesar de los escaparates que lo añoran, hoy no veremos los altares en su honor, ni las plazas de San Francisco y el Salvador engalanadas, ni los sevillanos que aguardan su Fiesta Grande, ni los tropecientos cofrades de las representaciones, ni los entrañables pasitos que nos llevaban desde Santa Ángela hasta la Custodia chica, siguiendo un catálogo devocional sevillano. Antecedían a la Custodia grande, lección sutil de orfebrería teológica, con uva y trigo, para cobijar a Jesús Sacramentado.

Esa mañana, que era pura y limpia, refleja hoy la densidad espiritual de la pérdida. Dios no ha muerto, ni se ausenta, pero se queda dentro. Fuera está Sevilla, que hoy no lo ve. Los sevillanos quizá huirán a las playas, sentirán brisas de poniente, oirán el rumor de olas cíclicas, lejos de aquí, ajenos a la pena persistente del año más triste que hemos conocido. Y la ciudad bendita se quedará recluida en su soledad interior, y seguirá esperando, y lamentará que Dios no puede salir a sus calles.

José Joaquín León