EN los últimos días ha aumentado el debate sobre el uso de las mascarillas. Hasta la OMS reconoce que es un elemento esencial para frenar la pandemia o minimizar los nuevos brotes y una segunda oleada. En Cataluña, los incumplimientos eran escandalosos. Normal, porque los indepes de Puigdemont y Junqueras los habían acostumbrado a desobedecer, y porque Quim Torra y Ada Colau son dos activistas políticos de pancartas, pero no dos gestores. Como se les ha ido de las manos, han decretado que las mascarillas sean obligatorias, con multas de 100 euros. Les han seguido en Baleares, donde temen quedarse sin sus alemanes, a nada que se contagien. Extremadura, fronteriza con Portugal. Y Andalucía…

Juanma Moreno ha anunciado que la Junta va a tratar el uso obligatorio de las mascarillas, con multas de 100 euritos para quienes no lo cumplan. Sevilla es una de las ciudades más incumplidoras de Andalucía en el uso de las mascarillas, si no la que más. En los últimos días he visto a muchas personas en playas andaluzas que acuden con mascarillas y que sólo se las quitan para tomar el sol o bañarse. En Sevilla se usan masivamente en los centros comerciales, dentro de los establecimientos y en las calles más céntricas. En el barrio de Santa Cruz, en el Arenal, en la Alfalfa, a partir de la Magdalena o la Alameda, ya es otra cosa. Cuanto más lejos de la Campana, menos mascarillas se ven.

En Andalucía, el incumplimiento está más generalizado entre los jóvenes. Con detalles como la bochornosa concentración de hinchas del Cádiz el pasado sábado. Parejitas de novios o de ligues es raro que las usen. Grupos de amiguitos y amiguitas de marcha o botellona, tampoco. Aunque no sólo jóvenes. Yo creo que no es un problema educativo de la enseñanza pública, concertada, ni nada de eso, sino que en este país, parafraseando a Luis Aragonés, sólo se entiende un remedio: multar, multar y volver a multar. Pasó igual con el casco de los motoristas.

La inmensa mayoría de los que no usan mascarillas tampoco guardan las distancias. Son individuos de riesgo. Y quienes cumplen lo están viendo como un agravio comparativo. O todos, o nadie. Perjudican las tertulias a pelo en las terrazas, mientras no se bebe o no se come. Pero lo más grave es que Pedro Sánchez y Fernando Simón, cuando no había mascarillas en las farmacias, dijeron que bastaba con lavarse las manos. Y es bien sabido que cuando se lavan las manos en el poder, puede morir algún inocente. Especialmente, cuando son como Pilato: cobardes y mentirosos para no asumir la responsabilidad.

José Joaquín León