ESTA polémica que se ha montado sobre la dedicatoria del aeropuerto de Sevilla al glorioso pintor Diego Velázquez nos recuerda a lo que antes se denominaba una serpiente de verano. Estas serpientes no eran como la cobra de Cleopatra, ni siquiera como la que tentó a Eva en el paraíso. Las serpientes de verano ponían de actualidad asuntos baladíes en momentos insípidos. Mayormente cuando la gente se había ido a Matalascañas o Chipiona, incluso a la Costa del Sol, sin necesidad de desescaladas. O a Bali y paraísos lejanos. Para estos últimos casos, era necesario el avión. Había colas en el aeropuerto, que no se preocupaba por el nombre, sino por las salidas y llegadas. Los vuelos de China y EEUU, de los que habló Antonio Muñoz, aún los están buscando.

A falta de chinos y americanos, de rusos y guiris en general (raros son los que se atreven a venir) han organizado lo del nombre del aeropuerto. Antonio Muñoz ha elevado a Aena (siendo de aviones, es lógico que se eleve) la petición para que reciba el nombre de Diego Velázquez. Ha tramitado la solicitud de Enrique Bocanegra, director de la casa de Velázquez, que contaba con el aval de 15 entidades y había sido aprobado por el Ayuntamiento. A partir de ahí, siguiendo la tradicional costumbre local, se ha empezado a criticar.

A Velázquez le pasa lo mismo que a Sergio Ramos y otros sevillanos que se fueron a Madrid para triunfar. En Sevilla no se lo perdonan. Por supuesto que no se reniega de la sevillanía velazqueña, pero… En el Año de Murillo dijeron grandes cosas, avivando la rivalidad. Y con el nombre del aeropuerto pasa igual que con el del estadio del Betis, que nunca se estará a gusto. El aeropuerto, en teoría, se conoce como el de San Pablo, que no era sevillano, aunque tiene un polígono relativamente cerca.

Ni San Pablo, ni Diego Velázquez, volaron jamás en un avión. Al primero se le puede dedicar una iglesia y al segundo un museo. ¿Pero un aeropuerto? Es un intento de copiar a Málaga. Allí se lo dedicaron a Pablo Picasso, que en vez de irse de Sevilla a Madrid, como Velázquez, se fue de Málaga a Barcelona y después a París. Sólo la movilidad de los artistas podría justificar la denominación, ya que los aeropuertos no se los dedican a los aviadores, a los que tampoco ofrecen los museos. A los aviadores no les agradecen nada, aunque sea el hermano rojo de Franco.

En las grandes capitales del mundo dedican aeropuertos a algunos políticos ilustres: John Fitzgerald Kennedy, Charles de Gaulle, Adolfo Suárez… En Sevilla lo mejor sería dedicárselo a Sevilla. Ya lo escribió el poeta Manuel Machado: Y Sevilla.

José Joaquín León