EN los bares sevillanos no se hablaba ayer de otra cosa. El bar ya no es lo que era antes del coronavirus. El bar está deslucido. En el bar la gente ya no desayuna manchando el periódico de aceite o mantequilla, mientras habla a gritos al fulano de al lado, comentando el partido de ayer. En el bar, con un poco de suerte, te sientan en la terraza a dos metros de la mesa vecina, donde puede haber alguien que mueva el sillón (como si fuera Pablo Iglesias) para complicar las cosas y entrar en la zona de alto riesgo. En el bar es raro que un camarero no sufra una desgracia. Ha pasado hasta en los restaurantes de tres estrellas Michelín, hasta a los hermanos Roca, o Ángel León, en su Aponiente, de El Puerto. Pues en el bar, a pesar de todos los pesares y los quitapesares, el VAR es el protagonista. Es un gran invento, que ayuda para mantener a la gente distraída y que no se acuerden de que va en aumento el número de muertos.

En el partido del Betis contra el Real Madrid, el VAR tuvo un protagonismo memorable, de altos vuelos. Ya lo explicó Pellegrini: es muy difícil ganar al Real Madrid, al árbitro y al VAR. Es la alta tecnología, utilizada según y conforme. El momento cumbre de la noche llegó cuando se debatía la posible expulsión de Carvajal, por una segunda tarjeta amarilla que el árbitro se resistía a mostrarle. Entonces le avisaron los colegas del VAR por el pinganillo (otro invento del diablo) que dos minutos antes de eso hubo un penalti por mano de Bartra en el área del Betis. Se suponía (al menos yo lo suponía) que cuando el juego sigue y no hay revisión, ya no se puede juzgar lo no juzgado. Es decir, que en el minuto 82 no vas a pitar un penalti ni anular un gol de media hora antes, ni siquiera de tres minutos. Se presupone la extinción del delito. Si es que hubo delito, ya que en este caso Mayoral arrancó en posición dudosa y hay que ver por qué se cae Bartra.

No le den más vueltas. En los partidos posteriores al confinamiento, en los que beneficiaron al Real Madrid con varios puntos de sutura, quedó claro que han aprendido a utilizar el VAR. La gente inocente porfía en los bares sobre este invento, sin tener en cuenta que enaltece a los poderosos y humilla a los humildes.

El VAR es algo más que una camarita, como las que usarán para multar en el Plan Respira, cuando Juan Espadas peatonalice todo el centro de Sevilla; o como las que iban a poner para controlar a los niñatos de la Madrugada cuando había Madrugada. Las cosas están cada vez peor y no se sabe a dónde vamos a parar, aunque te lo puedes imaginar. Así que el VAR es un gran invento, y de lo más divertido.

José Joaquín León