TRAS la muerte de Aquilino Duque se han publicado muchos y buenos artículos glosando su obra literaria. También se ha destacado su personalidad como intelectual, siempre libre, y políticamente incorrecto, muy incorrecto. Como suele pasar con los escritores que fallecen, abundan los elogios que les regatearon en vida, y se notan más los silencios. Se consagra un tópico del difunto, que pasará a la posteridad encasillado con dos o tres etiquetas. Por ejemplo, Aquilino se queda como poeta, aunque no sólo era eso, sino también novelista, ensayista y articulista. Y se destaca su erudición cultural, o su cosmopolitismo… Su ideología se oculta, o se disculpa, y se recuerda su amistad con Rafael Alberti y otros escritores de izquierda. Puede que eso hasta le hiciera gracia a Aquilino Duque. Fue el autor de su propio personaje, del Aquilino Duque conocido, con todos los ingredientes para ser considerado en el futuro como un maldito de su tiempo.

Su malditismo literario no es como el de Los poetas malditos de Paul Verlaine. Aquilino no fue un escritor bohemio, vagabundo, o tirado, pero sí al margen la intelectualidad progre de pensamiento único. Hoy, cuando se habla de los malditos literarios, se suele mencionar a Baudelaire, a Rimbaud, y desde luego a Bukowski, como paladín de la maldición. En España el maldito de manual era Leopoldo María Panero. Aquilino Duque no podrá ser considerado como un maldito bohemio, sino como ejemplo de otra maldición: el cainismo español. En nuestro tiempo ha sacudido a escritores considerados del régimen anterior, franquistas o no. Entre otros, a José María Pemán, Eugenio D’Ors, César González Ruano, Rafael Sánchez Mazas, y ya va por casi toda la generación que no pasó por el exilio. A otros, como Joaquín Romero Murube, se les ha minimizado como escritores locales, cuando eran mucho más.

Aquilino Duque participó en la Primera División literaria de la posguerra, pero se le relega a un papel secundario de escritor raro. Contó con el apoyo de la editorial Renacimiento en los últimos años, que le evitó el olvido total. Había ganado el Premio Nacional de Literatura de 1974 con El mono azul, finalista del Nadal del 73. Es un libro que sólo se puede adquirir (y con suerte) en librerías de segunda mano. Como casi todos los suyos. Sin embargo, se salvará del olvido por su poema del Cachorro. Dentro de un siglo, quizás Aquilino Duque sea un escritor más entre los marginados en el cementerio literario, pero ese poema será recitado de memoria en Sevilla. Esa es la única inmortalidad del escritor: las palabras que le sobreviven.

José Joaquín León