ERA vecino en las páginas de Opinión de Diario de Sevilla todos los jueves. Expresaba sus ideas con esa hondura intelectual que atesoraba, y que a veces se atribuía a una espiritualidad de otros tiempos, cuando en realidad es el presente por encima de las coyunturas. Vivió entre el cielo de sus monasterios y entre el suelo de su Alfalfa. Allí estaba el núcleo esencial de sus amores urbanos, ampliado por toda Sevilla, por Umbrete, y por sus refugios más íntimos. Sobre todo lo personal, prodigaba la amistad y el buen trato, un componente básico de su sabiduría como médico y como escritor, investigador y académico.

Su muerte, a los 66 años, es una de esas noticias que parecen increíbles. Luchaba contra la enfermedad que padecía, y en algunos momentos pareció que salía vencedor. Ha fallecido cuando todavía le quedaba mucho por hacer en la vida, y con el matiz trágico de suceder en vísperas de la Navidad, el día del sorteo del Gordo, para más inri. Una paradoja que a él mismo le hubiera parecido desconcertante.

Aunque era dermatólogo, un gran especialista en la piel, Ismael Yebra no se quedaba en la superficie del ser humano. Por el contrario, si como médico se ocupaba de lo externo, como persona y como hombre de Letras le interesaba el espíritu. Era uno de los principales expertos en los conventos de clausura de Sevilla. Y no sólo en la belleza artística de sus interiores, sino también en el tesoro humano de esas monjas. Ismael estaba casado con Victoria, que era su complemento; pero tenía también algo de monje, que de vez en cuando se podía retirar a Silos o a otros monasterios para acercarse a un mundo mejor, que se percibe deformado en la vida cotidiana.

Siempre que paso por la esquina de las calles Candilejo y Cabeza del Rey Don Pedro recuerdo a Ismael Yebra, y así será para siempre. Era su ámbito natural, no sólo el lugar donde tenía su casa y su consulta. La Alfalfa íntima, la Alfalfa eterna, sigue allí, aunque se empeñen en deformarla. A veces lo encontré en sus paseos, en los que tantas veces recorrió las calles Corral del Rey y Abades para dirigirse a la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, en el edificio renacentista de la Casa de los Pinelo. Unas calles que evocan algo de monasterios laicos, de patios sin ciprés. Ismael fue elegido director de Buenas Letras, y como tal ha fallecido, con proyectos e ilusiones que le quedaban por cumplir.

La Alfalfa, si aún existe, es por algunos vecinos ilustres como Ismael Yebra, que luchó por una Sevilla fiel a sí misma. Permanecerá en el recuerdo. Oirá el silencio de Dios que halló en la paz de los claustros.

José Joaquín León