HOY vuelve la selección a Sevilla, con el partido España-Portugal de la Nations League, que se disputará en el estadio Benito Villamarín. No se esperan incidentes dignos de mención en Heliópolis. Al menos, no como los ocurridos en la final de la Champions en París, con los altercados, robos y desmanes en Saint Denis y sus cercanías. Comparado con aquello, los sucesos de la final de la Europa League en Sevilla se pueden considerar pecata minuta, aunque los seguidores alemanes y escoceses se pelearan, con sillas volando, en la esquina de la Puerta de la Carne, a pocos metros del mercado fantasma. Para las ciudades que acogen eventos (y Sevilla es una de las grandes) hay un nuevo riesgo: la eventofobia. ¿Benefician a la ciudad o deterioran su imagen y la marca para el turismo?

Pues depende, todo depende. Después de lo ocurrido, es natural que exista una polémica sobre los eventos futbolísticos que se celebran en Sevilla. Esta ciudad es una de las grandes capitales europeas del fútbol y también la capital del fútbol español. Tiene tres estadios top, aunque el presidente del Eintracht de Fráncfort dijera que el Sánchez Pizjuán era el estadio de Mickey Mouse. Yo nunca he visto a Mickey Mouse jugando una final europea y él tampoco. El Deutsche Bank Park de Fráncfort, donde juega el Eintracht, tiene una capacidad oficial de 51.500 espectadores.

No es lo mismo acoger eventos relacionados con la Agencia Europea del Espacio que arriesgar los espacios de la ciudad con broncas entre hooligans. Aunque en Sevilla no pasó nada, comparado con lo de París. Sevilla tiene los barrios más pobres de España, según las estadísticas, pero son pobres y honrados, ya lo he escrito otras veces. Sufren problemas de seguridad, pero no tantos como Saint Denis y otros suburbios franceses, que han convertido a Marine Le Pen en la segunda política más votada para la presidencia de Francia.

Al alcalde Antonio Muñoz le gustan los eventos. No hay nada nuevo bajo el sol. Cuando concedieron a Sevilla la exposición universal de 1992 hubo aplausos y críticas. Algunos incluso decían que la de 1929 no había servido para nada. ¡Anda que no! Ve a la plaza de España y reza algo a don Aníbal. ¡Con lo que le gustaría al alcalde que le concedieran una exposición universal o unos juegecitos olímpicos! Sería mucho mejor que los premios Goya. La clave es pedir bien, para evitar lo que huele a trifulcas. Y sí, siempre nos quedarán los premios Goya del cine español, que tanto entusiasman a los políticos.

A veces da la impresión de que Sevilla se apunta a todo, incluso a un bombardeo si hiciera falta. Ahí está el peligro que se intuye: cuidado con la eventofobia.

José Joaquín León