A veces es oportuno recurrir al sabio refranero español. Hay uno que dice: “A falta de pan, buenas son tortas”. Es lo que ha pasado en Sevilla con las alternativas de la SE-40. A falta de túneles, que nunca construirán, lo menos malo será el puente guay sobre el río, que ya está en periodo de alegaciones. Parecía ideal construir el túnel (o los túneles, por mejor decir), pero seamos realistas: no habrá marcha atrás. En esas circunstancias, el puente es una opción menos mala que dejar la SE-40 interrupta. Y ahora lo que se debe exigir, desde la maltratada Sevilla, es urgencia en las obras.

Entre los que han aceptado el puente están el alcalde, Antonio Muñoz, y el presidente de la patronal CES, Miguel Rus. El alcalde ha expresado que el Gobierno de su compañero de partido Pedro Sánchez se debería comprometer a un plan de inversiones en Sevilla, ya que el puente le saldrá más barato. Al presidente de los empresarios sevillanos, Miguel Rus, lo han criticado por asumir el puente, en contra del criterio de las fuerzas vivas locales. En una reciente conversación, Miguel Rus me comentó que los motivos de su posición son pragmáticos. Se basa en respetar el criterio de los técnicos, que prefieren el puente, y en la racionalidad del gasto público, ya que cuesta menos, aunque pide un calendario urgente para construirlo.

El cierre de la SE-40 para atravesar el río se ha planteado muy mal. Se ha perdido el túnel por no aprovechar la oportunidad hace 13 años. Túneles más largos y más difíciles se han construido, ergo no es imposible. Tampoco han explicado bien las ventajas técnicas del puente. Sólo se habla del precio, ya que costará en torno a 500 millones, mientras que el túnel superaría los 1.000 millones (incluso los 2.000 millones, según la extensión). El puente estaría terminado en 2028, si cumplen los plazos, mientras que el túnel no sería inaugurado antes de 2033 en el mejor caso.

En este país, los políticos se han acostumbrado a engañar a la gente. Y, cuando necesitan dar explicaciones, en sentido contrario a lo que dijeron, no saben hacerlo. Por otra parte, están destacando exageraciones, como los 70 metros del gálibo. A Sevilla no pueden llegar los barcos más grandes del mundo, porque el calado del río lo permite sólo hasta cierto punto.

Compararlo con el puente de la Constitución de Cádiz pone los vellos de punta, ya que se acabó con casi 10 años de retraso con respecto a lo previsto. Y la obra, presupuestada en 250 millones, costó finalmente más de 500 millones. Al puente guay sobre el río aún le quedan bastantes días de gloria, hasta que sea inaugurado.

José Joaquín León