LA guerra no ha terminado. O eso parece. Han pasado dos semanas desde que los restos mortales de los generales Queipo de Llano y Bohórquez fueron desalojados de la basílica de la Macarena. A los que estuvieron incordiando, durante varios años, para que salieran de allí, y a los que esperaban que se quedaran hasta el juicio final, les parece mentira, pero es verdad. Por consiguiente, la basílica de la Macarena ya no tiene nada que ver con la Ley de Memoria Democrática. La basílica debe ser visitada y considerada únicamente como lo que es: un lugar de culto religioso, donde se venera a la Esperanza, una de las imágenes religiosas de más universal devoción, así como al Señor de la Sentencia, la Virgen del Rosario, etcétera. Merece respeto.

Es lamentable que desde la extrema izquierda y la extrema derecha aún sigan enredando a una hermandad para inmiscuirla en un conflicto político que le resultaba ajeno. La Junta de Gobierno que tiene como hermano mayor a José Antonio Fernández Cabrero se ha comportado del mismo modo que la anterior, cuando la presidía Manuel García. La Hermandad de la Macarena dejó muy claro que sólo harían el traslado cuando fuera obligatorio, y de conformidad con los familiares. Así lo dijeron y así lo hicieron. Así se les debe reconocer y respetar. Así lo han explicado a sus hermanos en un cabildo general. Ni en los años recientes eran franquistas, ni ahora son sanchistas. Son macarenos.

En estos días, se han recordado los acontecimientos que dieron lugar al enterramiento de Queipo de Llano y Bohórquez en la basílica. No se pueden valorar las decisiones de los años 40 del siglo pasado con la mentalidad política actual. Porque entonces, en España, gobernaba el régimen de Franco, que había ganado la guerra civil. Las gestiones de Bohórquez y Queipo de Llano, con su vinculación macarena, ayudaron a que se construyera esa basílica. Cuando la bendijo el cardenal Segura, en 1949, los padrinos fueron Queipo de Llano y la señora de Bohórquez. Por cierto, también se podría recordar el bombardeo a cañonazos de Casa Cornelio, ordenado el 23 de julio de 1931 por los republicanos, que ya gobernaban entonces. Allí se construyó la basílica, aunque las obras empezaron 10 años después.

Por muchas leyes que aprueben, pasados más de 80 años, la historia es irreversible. Es justo reconocer a las víctimas, pero no se puede cambiar lo que ocurrió. A este asunto ya se le ha puesto el punto final. Y a la basílica se debe acudir en busca de la Esperanza. Es el mejor bálsamo para sanar las heridas del odio.

José Joaquín León