LA trágica muerte del joven cordobés Álvaro Prieto ha puesto de actualidad un escenario olvidado de Sevilla: los alrededores de la estación de Santa Justa. Es decir, lo que hay más allá de las vías, en dirección hacia Córdoba, precisamente. Los talleres de Renfe están en la zona donde apareció el cadáver. Pero más hacia las afueras existen unas auténticas cloacas ferroviarias, que parecen salidas de un mundo abandonado e insólito. Pasan desapercibidas, quizás porque sólo se pueden ver desde los trenes y muchos viajeros no se fijan. O les parecerá inevitable y rutinario. Es una visión decadente, que remite a películas en un territorio apocalíptico, al estilo Mad Max, o evoca escenarios de supervivencia, como los de la novela La carretera, de Cormac McCarthy.

Uno de los aspectos más llamativos es la gran cantidad de trenes que permanecen abandonados e inservibles. No para su reparación, sino convertidos en chatarra ambulante. Como si Renfe asumiera el síndrome de Diógenes. Vemos trenes (y restos de trenes) oxidados, desvencijados, expuestos a su ruina, a la espera de no se sabe qué. Desde luego, no serán utilizables en el futuro. Han quedado no ya obsoletos, sino fuera de combate. Están como en un basurero de trenes, ocupando vías fuera de servicio, como aguardando un juicio final que nunca les llegará.

Aún más sorprendente es la habilidad de los grafiteros sevillanos, verdaderos forofos de la pintura mural, para pintarrajear todo lo que encuentran a su alcance. Muchos restos de trenes abandonados están pintados, con una dedicación y un trabajo que resulta increíble. De arriba abajo, casi sin dejar resquicios sin grafitos. Y no sólo los trenes ruinosos. También están llenos de grafitos todos los muros y paredes del entorno ferroviario (unos son comprensibles y otros no, es el atávico placer de la pintada) y hasta los puentes y algunas casas o restos de construcciones que han quedado abandonadas. Aquí hay mucho talento estúpidamente desperdiciado, según se puede apreciar. Algunos grafiteros llegan hasta lugares inverosímiles.

Desde el tren también se ven chabolas en el entorno de Sevilla, y casas en ruinas, y otras okupadas. Si esto se ve de día, es de suponer que de noche se convertirán en cloacas peligrosas, lugares poco recomendables para un paseo. Mantener este museo del lumpen a las puertas de la ciudad también revela que los barrios marginados no surgen por casualidad, sino porque es más cómodo que las instituciones miren hacia otro lado. Mientras la miseria y el abandono van a su aire.

José Joaquín León