SORPRENDE la magnitud del escándalo que se ha montado con la última restauración de la Esperanza Macarena. Por las ingenuidades y por las ligerezas. Por los silencios interesados y por los aprovechateguis electorales. En la bulla han entrado medios de comunicación madrileños y extranjeros, con el consiguiente peligro. Pues parecía que la Esperanza había sido sometida a una desfiguración como el Ecce Homo de Borja. Tampoco es eso. Pero suena a magia verde que veamos fotos con cuatro caras diferentes de la Virgen en seis días. ¿Qué dirán los talibanes de la restauración? Se ha visto una imagen alterada. Tocada y retocada. Y con un imaginero ayudando de urgencia a los restauradores, lo cual se consideraba pecado mortal por sus excelencias.

Los devotos creen que las imágenes de sus amores han sido siempre idénticas. Obviamente, una cosa es restaurar y otra es remodelar. A partir de ahí, se suponía que sólo los imagineros que ejercen de restauradores alteran las imágenes. Y que un restaurador siempre la deja como en su estado primitivo del paraíso original. Pero depende. Depende, generalmente, de las circunstancias. En Sevilla hay imágenes de dolorosas que han cambiado la expresión cuatro o cinco veces en las últimas décadas. Y no ha sucedido porque al imaginero o al restaurador se le apareciera el Espíritu Santo, sino porque se lo pidió la hermandad.

Esto que ha ocurrido con la Esperanza ya pasó antes. Está publicado en el libro Álvarez Duarte, el niño imaginero (editorial Almuzara), páginas 283 a 285, del que soy autor. Lo que escribí me lo contó Luis Álvarez Duarte, que fue denunciado junto a Luis Ortega Bru y Francisco Buiza, en 1978, por criticar en El Correo de Andalucía la restauración que el profesor Francisco Arquillo le hizo entonces a la Esperanza Macarena. Los tres prestigiosos imagineros dijeron que no les gustaba aquella restauración. Según Álvarez Duarte, “la Macarena tenía antes una policromía impresionante, preciosa, unas veladuras y unos detalles que se perdieron”. Arquillo respondió con una querella contra los tres imagineros, que ganaron el caso en los tribunales.

No se trata de remover el pasado. Ni dudar de la profesionalidad de Arquillo. Pero no es la primera vez. Sevilla devora a los restauradores, incluso a los que estaban por encima del bien y del mal. Devoraron a Peláez del Espino, a los Cruz Solís y hasta al IAPH. Algunas restauraciones polémicas han finiquitado al restaurador. Y también es cierto que las imágenes son obras de imagineros, y que algo entienden, y que nadie restaura con una varita mágica.

José Joaquín León