ERA una de las tardes ardientes del más férreo agosto, cuando el sol apretaba como si quisiera derretir a la Giralda. Era una tarde en que la Catedral sentía el bullir de los fieles de la Virgen de los Reyes, que acudían acalorados a cumplir su rito de amor con la Patrona. Y eran las horas últimas de una joven, que ya apenas se agarraba a la última tabla de salvación que alejaba la vida, pero que conservaba dentro de su corazón los recuerdos felices. Era también el momento más amargo para un padre, que sentía como los sueños de futuro se desvanecían entre unas sombras de pesadilla. Era el dolor de una familia, asumiendo ya lo inevitable.

María del Mar Tristán murió una madrugada del agosto más caluroso que hemos tenido en Sevilla en los últimos años. Apenas unos días después de cumplir su último deseo, que fue viajar a Cádiz, ya en circunstancias penosas, abatida por la enfermedad que traicionó su juventud, para acudir al Teatro Falla, donde le cantaron en privado unos amigos carnavaleros de su padre, y para remojar sus pies por última vez en las aguas de la Caleta, donde el mar se rinde cada tarde, cuando el sol se pierde entre un ocaso vestido de oro y malva, que se apaga en el horizonte.

Así se apagan también las cosas del mundo, antes o después. O quizá demasiado pronto. Siempre recordaremos a esa joven ilusionada, que tocaba la flauta travesera en la banda de música del Maestro Tejera, que era la de su familia, la que su padre, José Manuel Tristán, mantiene como la banda top de Sevilla, la que hacía sonar y soñar detrás de los pasos de Virgen con una marcha fúnebre, o en los tendidos de la plaza de toros con un pasodoble alegre.

Siempre recordaré a María de Mar en una noche de septiembre, en la plaza de San Lorenzo, en los días de la feria taurina de San Miguel, cuando acudió con la banda para un concierto al aire libre, organizado por la Hermandad de la Soledad. Su padre la presentó al público, y le cedieron la batuta para que dirigiera a la banda. En aquella sonrisa se congeló el tiempo. Y con aquellos aplausos entendemos hoy que la vida se rompe y nos deja mil matices.

Era subdirectora de la banda. Pero su pasión era tocar la flauta. Como una música más. Este año, en San Miguel, ya no sonará su flauta; ni detrás de la Reina de Todos los Santos en noviembre. Aunque para siempre se quedará en el aire la pavana de su vida, que sonó llena de esperanza.

José Joaquín León