TODAVÍA quedan trianeros y trianeras viviendo en Triana. Son menos que hace medio siglo, aunque no han sido declarados vecinos en riesgo de extinción. En estos días de octubre, cuando el verano todavía asoma la patita por debajo de la puerta del otoño y se despoja de los últimos calores, la Esperanza de Triana ha salido en peregrinación. Ha recorrido el camino de aquellos que se fueron de Triana, que salieron de los corrales de vecinos para irse a pisos nuevos en los polígonos, quizá menos hacinados, pero donde perdían las raíces, donde nacería la añoranza. Vecinos que en los días señalaítos volvían a su Triana. Y que se ponían en la madrugada del Viernes Santo al lado de su Esperanza, para verla disipando oscuridades de la noche, y con el brillo de la luz en sus ojos tras el amanecer, cuando regresaba a Triana, cruzando el puente, sobre el río verde de la esperanza.

Vecinos que se fueron a los polígonos y otros barrios, pero que revivían su pasado, en las calles de Triana, en la mañana del Viernes Santo. Y ya no estaban los gitanos de la cava para esperarla, como tampoco los antiguos presos del Arenal en la cárcel del Pópulo. Los mitos se desvanecieron en la historia y se convirtieron en leyenda. Pero no se perdió el espíritu santo, que animó a Triana a seguir siempre junto al manto verde de su Esperanza. El motor es la fe, la fidelidad está en la devoción, el sentimiento en el amor a la Virgen, a su Hijo de las tres caídas y a su madre, la señora Santa Ana. Permaneció vivo y fue creciendo en otros barrios, en polígonos, donde las calles eran más feas y donde pasaron tiempos difíciles.

Aquellas familias, en las que hubo una Esperanza, una Ana, una Carmen que se mudaron al Tiro de Línea, a La Oliva, a Las Letanías o a otros barrios, han sentido la felicidad al ver que la Esperanza de Triana también recorría esos caminos de idas y vueltas que deja la vida. Y que una mañana de otoño (calurosa y sin embargo fresca) la Virgen fue a visitarlas a sus casas, como ellas, sus madres y sus abuelas iban en otros tiempos. Gitanos que hoy tienen hijos y nietos en el Polígono Sur, marcados por la leyenda negra de unos barrios marginados, en los que las hermandades trabajan. El poder no les da el desarrollo que necesitan. Leyendas negras, que se deben convertir en leyendas verdes, bajo el manto de la Esperanza.

La Virgen no ha salido de paseo. La Virgen ha ido para recordar que sigue siendo la Madre de los trianeros que emigraron en la diáspora y de los marginados, que convive con ellos en las caídas, y no se olvida de sus esperanzas.

José Joaquín León