TODA la esperanza cabe en una lágrima, cuando brota en el corazón. O cuando se refleja en la mirada de una Virgen, que muestra en sus mejillas las perlas de un dolor que es verdadero. Entonces se comprende que la Madre de Dios nos mira. Y no está en cuerpo y alma, pero no es sólo una imagen de madera policromada, tampoco es idolatría, sino un mensaje que nos llena de vida, que nos conmueve, que nos salva. Eso vimos el sábado pasado, cuando la Esperanza de Triana acabó su misión y volvió a su templo de la calle Pureza. Su misión, que era repartir esperanzas a la Sevilla más necesitada, a corazón partío, y dejar (entre las dudas y las dificultades) una luz radiante, para saber que nada es inútil a su vera.

La Esperanza de Triana salió a oscuras de la parroquia de Jesús Obrero. Pronto se hizo de día y se despidió del Polígono Sur. Telón de fondo: bloques de pisos que necesitan una rehabilitación, con rejas en cada hueco, con aparatos de aire acondicionado, que no faltan ni en los barrios pobres de Sevilla. Y se abrieron las rejas, y se asomaron padres y madres con sus hijos para ver pasar la Esperanza. Ropas tendidas en cordeles en las fachadas, junto a colgaduras de la Virgen trianera. Recuerdos de los que emigraron, evocación de gitanos de la cava y los corrales de vecinos, que estos días han reaparecido en la memoria de las familias. “¡Esperanza, no te vayas todavía! ¡Esperanza, quédate!”, le decía una mujer llorando.

Y no era un puente lo que unía a Triana con Sevilla. Entre el Polígono Sur y el Hospital Infantil, la Virgen estaba en un paso subterráneo, andas que van y vienen con marchas alegres. Parecía una película surrealista. Pero era el pórtico de una vivencia profunda, sentir la devoción de verdad. La Esperanza que no viene del espectáculo, sino de la fe más íntima e intensa. Llegó la Esperanza al hospital a los sones de Amarguras. Una vez más, como dijo Stravinsky, vimos lo que escuchamos. Amargura y esperanza. O la soledad que da la mano. Los ojos brillantes de unos niños que padecen cáncer y que esperaban a la Virgen. ¿Qué será de ellos? ¿A dónde los llevará la vida?

Allí estábamos, en un valle de lágrimas, que no eran de tristeza, sino de esperanzas. Allí se alineaba, en formación para la visita, el personal sanitario del hospital, en unos tiempos en los que se politiza hasta la salud. También ellos sabían que la Esperanza llegaba. Rezar, mientras se aplica la medicina en el cuerpo y en el alma.

Lágrimas de la Virgen, el dolor de su Esperanza... Así sentimos que todas las esperanzas caben en una lágrima.

José Joaquín León