LAS lluvias torrenciales y los vientos provocaron ayer inundaciones y destrozos en Andalucía, sobre todo en las provincias de Sevilla y Huelva. Coincidía la fecha con el aniversario de la dana que causó 229 muertos en Valencia, lo que acentuaba el impacto psicológico. En Sevilla se sabe que las grandes borrascas son temibles. No sólo por las calles que se quedan anegadas, sino porque suelen causar daños y derribos en el arbolado, con el consiguiente horror. El temporal de ayer paralizó la ciudad, con suspensión de clases, de actos y eventos, interrupciones del metro y autobuses, etcétera. Después de lo ocurrido el año pasado en Valencia, los políticos prefieren el exceso de prudencia al defecto, y a ninguno se le ocurriría almorzar con una periodista.
Ver inundadas a lo veneciano calles tan céntricas como Jesús del Gran Poder, o el entorno de la Magdalena por Marqués de Paradas y Gravina, resultó de lo más impactante. Remitían en la memoria a aquellas imágenes de la plaza de San Lorenzo con barcas en la riada de 1961. También se inundaron Sevilla Este, Amate, y otros barrios y pueblos del entorno. Por suerte, el Tamarguillo no es lo que era. Con esa obra, y con otras, como la corta de la Cartuja, se nota que, además de los avisos de los políticos, en casos de emergencia lo principal es no tener un barranco del Poyo o algo parecido que se desborde.
La Aemet había decretado alerta naranja en Sevilla, desde la madrugada hasta las ocho de la tarde. Es cierto que los partes horarios detallados no se cumplieron exactamente por la mañana, ahí se quedaron cortos. En la Junta de Andalucía estaban a la expectativa, y supongo que rezando el santo rosario para que la gravedad no fuera a peor.
No pretendo minimizar las negligencias de Carlos Mazón, que le hace un pésimo servicio al PP por no dimitir. Pero, en estos tiempos descreídos, las catástrofes ya no se achacan a la cólera divina, sino directamente a los políticos que gobiernan. Quizás porque ellos se creen como dioses (no lo son), y la gente también se lo imagina, pues quieren que les resuelvan todos los problemas, incluso los que no tienen solución.
Cuando la naturaleza se desboca y va al ataque, es necesario adoptar medidas de autoprotección, previsoras y eficaces. Es decir, no cometer estupideces. Y tal vez rezar, para los que tengan fe.
José Joaquín León
