PUEDE ocurrir que las palabras nos digan algo y lo contrario. O que lo contrario nos sugiera lo mismo, siendo lo opuesto. Por ejemplo, los célebres versos que Antonio Machado le adjudicó a su apócrifo Abel Infanzón de “Sevilla sin sevillanos, ¡la gran Sevilla!”. Lo publicó en 1914, y lo amplió después, con el sentido que ha perdurado: “Dadme mi Sevilla vieja/ donde se perdía el tiempo/ en palacios con jardines/ bajo un azul de convento”. De modo que su gran Sevilla era la histórica, y no cualquier Sevilla sin sevillanos. En sus versos finales lo remata: “Sevilla y su verde orilla/ sin toreros ni gitanos. / Sevilla sin sevillanos/ ¡oh maravilla!”.

Sobre los apócrifos se ha debatido mucho. Aportan más libertad al verdadero autor. Antonio Machado nos dejó esa teoría sobre Sevilla y los sevillanos en la pluma de Abel Infanzón, que supuestamente nació en Sevilla en 1825 y murió en París en 1887. A este Abel Infanzón lo resucitó Antonio Burgos, como seudónimo, para denunciar la destrucción del patrimonio histórico.

Sevilla sin sevillanos, y sin toreros ni gitanos, no se hubiera interpretado del mismo modo si en vez del apócrifo sevillano de Antonio Machado, lo hubiera escrito un catalán, como Josep Pla, un suponer. Entonces se hubiera criticado al catalán por odiar a los sevillanos y sus costumbres, etcétera. Incluso a un madrileño no se le hubiera perdonado. Pero un sevillano apócrifo tiene bula.

Sin embargo, estamos en otro periodo. Hoy la Gran Sevilla de la metrópolis ya es la de los sevillanos sin Sevilla. En esos barrios que crecen en los alrededores de la SE-30, en ese Pítamo, en esa Palmas Altas, en esas urbanizaciones llenas de lo que ahora se llaman casas-cebras, que son todas iguales, ¿qué vemos? Una Sevilla que podría ser Albacete o Ciudad Real. Una Sevilla fea, donde los sevillanos no tienen referencias de la Sevilla histórica, no se parece ni por casualidad. Es verdad que ya ocurrió algo parecido con los polígonos del franquismo, que son barrios de similar diseño a los construidos durante la posguerra en otras ciudades, pero lo de ahora clama al cielo azul de convento.

La Sevilla rancia de otros tiempos se quedará sólo para los turistas, con sus palacios reconvertidos en hoteles y sus conventos en hospederías. ¿Y los sevillanos? Todos a vivir en la gran Sevilla nueva, que no se parece a Sevilla.

José Joaquín León