TODAVÍA se menciona en los almanaques y otros lugares de citas la frase del cubano decimonónico José Martí, que recomendó: “Hay tres cosas que toda persona debería hacer durante su vida: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro”. El orden se supone que es al gusto de cada cual. El pasado miércoles me refería a escribir un libro, que antes parecía algo propio de intelectuales, pero que en el siglo XXI está al alcance no sólo del rey emérito Juan Carlos, sino de Pedro Sánchez o Juanma Moreno. Hoy me refiero a plantar un árbol, que también parece al alcance de cualquiera. Aunque origina consecuencias. Si un libro se cae, no suele haber heridos; pero si se cae un árbol del parque de María Luisa, puede haber misa de córpore insepulto al día siguiente.

Plantar un árbol es el ideal del buen ecologista en acción. En Sevilla, los amantes de lo verde son partidarios de ampliar el arbolado. Sobre este asunto hay polémicas en el Ayuntamiento. Por no irnos lejos, las hemos tenido con Juan Ignacio Zoido, con Juan Espadas, con Antonio Muñoz y con José Luis Sanz. Es decir, que tanto monta que sea del PSOE o del PP. Un alcalde tiene la presunción de arboricida, mientras no demuestre lo contrario. Y, además, si se cae un árbol y golpea a alguien, la culpa suele ser del alcalde. ¿Por no enviar un mensaje previo de emergencias, diciendo que un árbol se va a caer a tal hora en tal sitio? No, porque la mayoría son de competencia municipal.

No se sabe exactamente el número de árboles que conviven con los sevillanos. Según algunas fuentes, hay unos 270.000. Otros dicen que hay un árbol público por cada 3,4 sevillanos, y que es menos que en Madrid. Debemos aspirar a que cada uno tenga su árbol. Todos los alcaldes dicen que van a plantar entre 5.000 y 6.000 árboles cada año (la última vez creo que dijeron 5.700), pero nadie los cuenta. No es lo mismo plantar un naranjo (dicen que hay demasiados) que una esbelta palmera. Y los ficus son de alto riesgo de gori gori solemne. Como se vio en San Jacinto.

Plantar un bonsai lo puede hacer cualquiera, y así se cumpliría la recomendación de Martí. Cuando la plaza de San Lorenzo perdió su estampa clásica, por la remodelación arbórea, invitaron a hermanos mayores de cofradías para que plantaran algo. Los árboles son seres vivos, un detalle que a veces se olvida. Son confinados a menudo. Cierran los parques y jardines cada vez que llega una borrasca. Pero los árboles no son inmortales. Hay que cuidarlos, con chequeos y atenciones, porque cuando están pachuchos se pueden venir abajo, y sin miramientos.

José Joaquín León