HAN pasado tres semanas, y todavía no se ha aclarado el misterio del ascensor del Hospital de Valme que causó la muerte de Rocío Cortés Núñez. Resultan tan curiosas como inquietantes las reacciones políticas, profesionales y sindicales que han abundado desde el pasado 20 de agosto. Sin embargo, todavía nadie ha dado una explicación convincente. La presidenta de la Junta, Susana Díaz, tras un silencio de nueve días, habló para pedir que no se manipule lo ocurrido. La consejera, Marina Álvarez, dijo que informaría en el Parlamento. La culpa no es de la sanidad pública. La culpa es del ascensor. Pero nadie sabe por qué se puso en marcha tan fatídicamente aquel 20 de agosto. No fue sólo un trágico accidente; lo peor es que murió una joven, Rocío Cortés, al poco tiempo de dar a luz. Sin motivos, sin explicaciones. Es intolerable que eso pueda ocurrir.

Era de suponer que las reacciones serían las que han sido. Unos diciendo “a mí que me registren”. Otros aprovecharon para culpar al sistema por un accidente aislado. Los ascensores del SAS no decapitan a los enfermos todos los días, a pesar de las listas de espera. La rareza de lo sucedido, lejos de ser un factor eximente, lo convierte en alarmante. Los responsables del Hospital de Valme se han encontrado un problema terrible: un ascensor que ha matado.

 Unos afirmaron que ya habían denunciado irregularidades del ascensor en varias ocasiones. Otros recordaron que se había revisado con fecha 12 de agosto, pocos días antes de ocurrir el percance. ¿Estaba en condiciones de uso? El problema técnico, si lo había, pudo ocurrir después de la revisión, o no ser detectado; y si es técnicamente imposible nos encontramos ante un enigma científico que ha ocurrido en Valme. Se ha insinuado que sólo existía una posibilidad entre no sé cuantas. Es como apelar a la mala suerte cuando has perdido.

Con el paso del tiempo, este suceso no se debería olvidar, ni tampoco a la víctima. Se llamaba Rocío Cortés Núñez. Tenía 25 años. Venía de parir a su tercera hija, tras una cesárea. Era una joven de una familia humilde. Era una madre que ahora viviría otras circunstancias, con un futuro por delante, con sus incertidumbres, con sus esperanzas. Si la hubieran subido en un ascensor normal…

A Rocío le arrebataron la vida, cuando estaba en una camilla, tan ingenua, tan ajena a su destino. Rocío no somos todos, sino que pudo ser cualquiera.

José Joaquín León