HOY comienza la XXIII Exposición de los Dulces de Conventos en el Alcázar, en la que participan 20 monasterios de Sevilla (8 de la capital y 12 de la provincia). Los de la capital son Santa Inés, Santa Paula, San Leandro, Madre de Dios, San Clemente, Santa Ana, El Socorro y Santa María de Jesús. Casi nada al torno. Porque, además de producir dulces que son de fama casi universal, cuentan con algunos de los principales monumentos de Sevilla. Y no olviden que esos 12 conventos de la provincia, también son históricos, en municipios como Carmona, Osuna, Écija, Constantina, Estepa, Utrera, Morón o Bormujos.

En las últimas semanas se ha hablado y escrito mucho de los conventos. La ruina de San Leandro y el multazo de Santa Inés los han puesto de actualidad. Sevilla (con la provincia incluida) y Toledo mantienen los mejores monasterios de España, en muy difíciles condiciones. Aún somos una potencia mundial en la pervivencia de estos cenobios, en los que cada vez ingresan menos españolas (salvo excepciones de estilo diferente, como las de Lerma o la Cartuja de Jerez) y profesan más hermanas procedentes de América, África y Asia, que en algunos monasterios son mayoría. Sin embargo, lo que me parece más preocupante es que existen muchos tópicos alrededor de los conventos de clausura. Falta un conocimiento más exacto de la realidad.

Los monasterios se integran en la Archidiócesis, pero pertenecen a órdenes religiosas que funcionan como comunidades autónomas, a veces para bien y en ocasiones para mal. Aunque todas las órdenes sufren la falta de vocaciones, no todas son iguales, ni afrontan las mismas circunstancias extremas de pobreza, ni cuentan con los mismos medios.

En Sevilla, todavía hay personas que confunden los monasterios con artísticos obradores de confitería (dotados con iglesias bonitas e idílicos patios), en los que producen dulces navideños y bollería para el resto del año. No cabe duda de que la muestra que hoy comienza en el Alcázar es una fuente importante de ingresos. Pero la vida consagrada es mucho más que eso.

De vez en cuando aparece un caso especialmente sangrante, como el de San Leandro. La conservación del patrimonio histórico y artístico es muy difícil de sobrellevar para esas comunidades, que han ido a menos mientras los gastos se les disparan. Por eso, hay que buscar nuevas vías para salvar las clausuras de Sevilla.

José Joaquín León