NO hay ninguna Cabalgata de los Reyes Magos como la de Sevilla. Ninguna con tanto amor, con tanto mimo. Puede que sea porque la organiza el Ateneo, que supo crear una seña de identidad sevillana. Ese esfuerzo se simboliza en tres hombres: José María Izquierdo, que la creó; José Jesús García Díaz, que la enraizó; y Alberto Máximo Pérez Calero, que le ha dado nuevos bríos a la Cabalgata del Siglo XXI con el Centenario. Un ejemplo de ese éxito fue el brillante acto que organizaron en el Teatro Lope de Vega, con un pregonero, Carlos Navarro Antolín, que dio riendas sueltas al recuerdo del niño que lleva dentro.

Al final, esa ilusión se resume en la frase que José Jesús García Díaz convirtió en lapidaria: “La Cabalgata son los niños y los caramelos”. Por eso, era conocido como Pepito Caramelos. No obstante, la Cabalgata es también la nostalgia, cuando la vemos desde el lado de los mayores de edad. Conozco a Carlos Navarro Antolín desde que era un chaval que entró como becario en ABC, para iniciar la aventura que le ha llevado a ser redactor jefe en Diario de Sevilla. Desde el principio se le notaba que tenía ese don especial que distingue a los verdaderos periodistas. Podríamos pensar que todavía no tiene edad para la nostalgia, que por lo común se asocia con los mayores (por no decir los viejos). Sin embargo, en Sevilla, nunca es demasiado prematura la nostalgia. Gustavo Adolfo Bécquer, que murió a los 34 años, cuando escribió su poema sobre el regreso de las oscuras golondrinas ya lamentó que algunas no volverán: “aquellas que aprendieron nuestros nombres”. No existe mayor nostalgia que la del olvido. En Sevilla sobrevuela una añoranza. Sólo los niños no sienten nostalgia. Porque los niños creen que el futuro es eterno, como un caramelo gigantesco que nunca se terminarán de comer.

Y así los niños (y los caramelos) renuevan la esperanza. Por eso, es hermoso que la Cabalgata discurra ante la basílica donde nos acoge la Madre de Dios con su manto verde. Carlos Navarro tiñó también su pregón de Esperanza: la que aprendió de sus padres, con la lección que le explicaron, como catedráticos de la vida; la que tiene con su esposa, Amalia, que da fe del paso de los días; y la que han heredado sus hijos, Miguel y Manuel, cuando le acompañan de la mano por el camino más corto.

La tarde de la Cabalgata es irrepetible cada año, porque la nostalgia se puede eclipsar con una sonrisa de esperanza.

José Joaquín León